sábado, 24 de diciembre de 2011

De qué hablo cuando hablo de escribir


Hay quien afirma que al morir veremos pasar, en unos minutos, la película de nuestra vida: cada gesto, cada palabra pronunciada o silenciada, cada uno de nuestros actos sobre la tierra, se proyectará en el teatro de nuestra psique en una última función donde, igual que en los sueños, seremos a la vez, director, actor y espectador. A veces, pienso que así como a otros les basta interrogar un espejo para saber quiénes son, los escritores buscamos nuestro reflejo en la escritura. Concebir una trama, dar a luz unos personajes, escucharlos atentamente tratando en lo posible de no interferir para saber qué les ocurre, de dónde vienen, hacia dónde van; nos ayuda, nos revela una actitud que quizá nunca habíamos advertido y desnuda poco a poco, en definitiva, la manera particular en la que, consciente o inconscientemente, elegimos ver el mundo y lo que nos pasa. Creo que así como un padre se revela a través de sus hijos, un escritor lo hace a partir de lo que escribe.

No hace mucho, Haruki Murakami escribió: De qué hablo cuando hablo de correr, libro en el que el autor nipón, devenido en un ícono de la cultura pop de alcance global, desarrolla una especie de autobiografía muy original en la que parte de sus vivencias como maratonista para ir trazando, a su vez, un paralelo con otra de sus grandes pasiones: la escritura de cuentos y novelas. “Casi todo lo que sé sobre la escritura lo aprendí corriendo cada mañana”, dice Murakami sabiendo que tal afirmación logrará desconcertarnos por completo. Leyendo este libro suyo he pensado en lo maravilloso de este don que tenemos los seres humanos para dar sentido a las cosas que hacemos y encontrar semejanzas o correspondencias, allí donde para otros acaso no hay nada. Es decir, en lo importante que es liberar nuestro potencial creativo para poder resignificar lo que hacemos, permanentemente, y repensar el modo en que queremos seguir llevándolo a cabo, pero de tal manera que nos permita hallar siempre nuevas facetas y establecer finalmente otras conexiones.

Otro buen ejemplo de lo que quiero decir con esto lo podemos apreciar en lo que hizo Bruce Lee con las formas tradicionales del arte marcial, tal como se venían practicando en China desde hacía siglos. Este genial y brillante atleta que, además era profesor de filosofía, y que llegó a ser luego una celebridad de Hollywood debido al éxito rutilante de una serie de films que lo tenían como protagonista, fue el fundador del Jeet Kune Do, un arte marcial que Lee concibió tras largos años de búsqueda y de estudios muy meticulosos en el intento de dotar a esta práctica milenaria de un estilo fluido y abierto, en donde hubiera lugar para la espontaneidad y la improvisación sin que el practicante tuviera que estar atado a ninguna forma que lo limite. Y es que para el autor de El Tao del Jeet Kune Do lo más importante era, justamente, tener el no camino como camino y la no limitación como limitación”. Su ecléctico estilo lo obtuvo fusionando diversas técnicas provenientes del Wing Chun, la esgrima, la lucha greco-romana y el boxeo americano (se cuenta que Bruce admiraba tanto a Muhammad Alí que tomó de él ese clásico bailoteo con el que el más grande campeón de peso completo de todos los tiempos, se desplazaba sobre el ring deslumbrando a sus miles de seguidores en todo el mundo).

Ahora bien, quizá nosotros, podemos pensar que es propio de la cultura oriental esto de ver detrás de cualquier actividad humana aparentemente ordinaria como podría ser por ejemplo el running o la práctica de un arte marcial una posible vía de iluminación (bástenos mencionar aquel libro inolvidable por lo exquisito: El zen en el arte del tiro al blanco), pero debemos recordar que también en Occidente tenemos ejemplos de algo análogo. Sabemos que para Carlos Castaneda, por citar un caso, la escritura no era tan sólo un ejercicio de simple literatura sino más bien una operación más de la brujería: “cuando escribas tus libros no lo hagas como un simple escritor sino como un brujo”, le recomendó más de una vez su nahual, el viejo indio yaqui, que le transmitió las claves del arte del ensueño.

La leyenda personal

El ser humano posee un enorme potencial en su interior a la espera de ser actualizado. Todos nacemos con un gran tesoro que habrá que descubrir y desenterrar. Parte de esta riqueza interior que como dijimos, aguarda a ser encontrada para ver qué hacemos con ella, reside en nuestro potencial creativo. Pero habrá que liberarlo para que no sobrevenga la frustración y la enfermedad, porque sino logramos que fluya, sucederá como con el agua que se estanca en el curso de un río. El hombre es un ser creador, pero si no puede o no sabe cómo crear, se vuelve un ser destructivo. Esta condición negativa puede volverse hacia su propio entorno, hacia los otros, o incluso contra sí mismo. La escritura creativa en este sentido es una disciplina artística que abre canales de expresión y permite que este potencial sea liberado y desarrollado en función de poder constituir con él nuestra obra. Todas las artes, cada una a su manera, cumplen esta función que, como se verá, va mucho más allá de meras cuestiones estéticas.

Alce Negro nunca se hubiera convertido en el gran hechicero de los sioux, si antes no hubiera logrado darle una forma al contenido de sus visiones para ofrecérsela a los suyos y renovar así su cultura. Desde los nueve años sufría de una serie de terribles visiones que lo asediaban. Con el tiempo, éstas le produjeron una severa fobia a las tormentas que le recordaban el tronar de los caballos que aparecían en ellas y así su cuadro se fue agravando sin que nadie, ni siquiera los médicos que comenzaron a tratarlo (ni siquiera la medicina del hombre blanco) pudiera aliviarlo. Incluso para algunos miembros de su clan, Alce Negro, simplemente estaba enloqueciendo.
Cuatro grupos de hermosos caballos venidos de los cuatro puntos cardinales se reúnen mientras el creador de la Danza de los Caballos ve y escucha a los espíritus ancestrales de su tribu que lo llaman, le dan la hierba del lucero del alba y le revelan nuevas formas de vida para su comunidad. Esta gran visión se le apareció por primera vez en el año 1872 y lo acompañó con leves variaciones durante el resto de su vida. Para algunos analistas, lo que ocurrió con este indio sioux fue que vivenció de una manera muy subjetiva y, por cierto, algo caótica, pero muy profundamente, la gran crisis que atravesó su comunidad a partir de la llegada del hombre blanco. Un día, alguien se cruzó en su camino y le sugirió que fuera a ver al brujo de la tribu. El viejo chamán, luego de escucharlo, le dijo simplemente: “tus visiones te hacen daño sólo porque te las guardas para ti. Cuéntaselas a tu tribu y te aliviarás”.

Al tiempo, Alce Negro, ayudado por el chamán, representó esta visión para los suyos y creó un ritual con caballos verdaderos. Todo el pueblo lo celebró y, aunque luego fueron arrasados por los gringos, su legado no se perdió y sobrevivió hasta nuestros días. El más famoso hechicero sioux logró de este modo mucho más que una cura para su fobia, descubrió su vocación, le dio un nuevo sentido a su existencia y resignificó la cultura de su pueblo.

Y es que, ciertamente, por paradójico que nos resulte, en un mundo donde ningún camino lleva a ningún lado, basta que nuestro corazón escoja el suyo para convertirlo, automáticamente, en la calle que conduce a la realización de nuestra leyenda personal.

Escritura y Alquimia

Escribir para mi es como encender una lámpara en un cuarto en penumbras. Cuando cierro un poema me lleno de entusiasmo y puedo disfrutar más de las pequeñas cosas. Se renueva mi ilusión y experimento unas tremendas ganas de vivir y tener nuevas experiencias que luego, indefectiblemente, acabaran siendo material de nuevos escritos. Resumiendo, la cuestión se reduce a una suerte de extraña circularidad que consistiría en: vivir para escribir y escribir para vivir.

Cuentan que los magos del mundo antiguo, antes de iniciar cualquiera de sus curiosas operaciones, dibujaban un círculo protector contra las poderosísimas fuerzas que iban a invocar. La escritura para mi es una forma de la alquimia. Un poeta es su propia piedra filosofal. En su alma, se tensan, se baten, se anudan y desatan las potencias que lo habitan. Su escritura es a un mismo tiempo una manifestación de su magia y circulo protector. Allí, en el poema, hallamos los lectores el registro minucioso de sus luchas, sus éxitos, sus fracasos y de su comunión con dioses, ángeles y dragones; su descenso al inframundo y su ascenso a las más altas esferas. Todo está allí, latiendo en esa verdad desnuda, inquietante y conmovedora de los versos.

Por eso un poema es a la vez, a su modo, todos los demás (como una mujer es todas las mujeres o un hombre todos los hombres) y por eso se me ocurre que el lector que lo busca, lo encontrará tarde o temprano, pero no como algo externo sino como reflejo de su propio poema interior. La poesía, se me antoja, es entonces el misterioso encuentro de ese verso secreto, innominado, silencioso de un lector, y este otro que alguien capturó en una palabra que sana. Lector y escritor, de este modo, no son sino dos caras de una misma moneda.

No pocas veces me pasa cuando escribo que no encuentro las palabras porque lo que quiero expresar está más allá del lenguaje. Supongo que es esta impotencia lo que me mueve a desafiar el idioma y violentarlo. “Un poema es un milagro”, me dijo una vez un poeta callejero mientras ofrecía los suyos en el subte. No se me escapa que el poema ideal nunca se alcanza ni que el día que lo escriba mas valdría caer fulminado por un rayo porque ya nada quedaría por hacer. Todo lo que escribí, lo que escribo y lo que escribiré, no son sino sólo una serie de pobres borradores, ensayos imperfectos, intentos infructuosos, pero inflexibles por componer ese esquivo poema ideal que como el horizonte plantea la paradoja de la cercana lejanía. Pero que son nomás, al fin y al cabo, una excusa para trabajar, en verdad, por alumbrar en el interior el oro de la milésima mañana.

Lao Tse declaró hace siglos que en cualquier ejemplar del I Ching mora un ser fabuloso dispuesto a responder todas las preguntas de los hombres con sólo arrojar tres monedas al aire. Yo quisiera saber si ese ser inmortal y omnisciente (que para mi tiene la forma de un gran dragón) es el mismo que subyace bajo la forma de cualquier otro objeto del mundo (por ejemplo, en las rugosidades de una hoja que cae de un árbol o en el reflejo de la luna sobre el río o en la boca pintada de una mujer que se mira en le espejo) y también si ese ser incesante no será acaso lo único que existe.

Un día, también a mi me tocará partir de esta isla que para los cabalistas es Malkuth y regresar a mi patria celeste, pero antes le daré mis versos. Acaso simule un olvido y los deje en cualquier mesa del bar de avenida Triunvirato, o los oculte en el zaguán de la casa de Londres y Liverpool (en Parque Chas), o los arroje como una botella al mar, quién sabe. Pero es mi deber, supongo, advertir a quien los recoja (a vos hipotético e intrépido lector) que cruzar una puerta, doblar una calle, o leer un poema, nunca es un acto banal.

jueves, 27 de octubre de 2011

Presentación del libro de Rosa Ginter


Presentamos el libro: Las aguas de la memoria y el olvido, de Rosa Ginter
Ediciones Nueve Puntas, Buenos Aires 2011

jueves, 20 de octubre de 2011

Las aguas de la memoria y el olvido


Presentamos el libro de Rosa Ginter, Las aguas de la memoria y el olvido (Ediciones Nueve Puntas)

Una de las representaciones simbólicas más interesantes sobre el misterio de la muerte (tópico que aparece, como no podía ser de otra manera, en todas las literaturas del planeta desde el principio de los tiempos) se la debemos a los antiguos griegos. Según los poetas de la patria de Homero, había dos enigmáticas fuentes a ambos márgenes del Aqueronte que aguardaban a las almas de los muertos en su postrera travesía a la casa de Hades. Éstas se hallaban justo en el umbral que franqueaba el acceso al mundo del cual nadie retorna y, según la leyenda, podían conceder a quienes bebieran de ellas, o bien la memoria, o bien el olvido.

Hay en este libro de Rosa Ginter, cuyo título nos remite al relato mitológico recién mencionado, algo del orden de la evocación: un efecto de sortilegio que nos acompaña de principio a fin de su lectura. Los poemas que lo configuran son algo así como una recherche que nos invita a viajar por el tiempo. Pero no es este un tiempo cualquiera sino que es, por el contrario, un tiempo vivido y, por lo tanto, susceptible de ser recapitulado una y otra vez gracias a la modesta magia de los versos.

Diríamos que se trata entonces de un tiempo mítico que como el mar (un mar hiperbólico que excede el marco de la geografía poética y nos arrecia, y embeleza por igual desde su omnipresencia) genera una corriente por la que, precisamente, fluye Las aguas de la memoria y el olvido.

En cuanto al tema de los arquetipos que más recurrentemente aparecen en esta obra, nos parece que hay en lo implícito algo que nos remite al arquetipo lunar en su correspondencia con el mar, en tanto fuente de la que surge la vida, como así también, por otra parte, desde lo subjetivo, vemos una relación simbólica también con el pasado y, por ende, con el inconsciente.

La Luna gobierna sobre las aguas. No importa si se trata de lluvias, ríos o mares abundantes en peces. Ella marca un ritmo, un pulso constante; un abrir y cerrar, un perpetuo atar y desatar. Tal vez por eso se la tiene como ícono de la resurrección de las almas. Su influjo actúa sobre todo lo que fluye como la circulación de la sangre, la cicatrización de una herida, el crecimiento del pelo o las plantas. Por su ciclo de veintiocho días está asociada a la mujer y por lo tanto a la fertilidad. Y se sabe que también incide sobre los alumbramientos.

La gente del campo sigue muy de cerca los ciclos lunares sobre todo antes de sembrar o cosechar los frutos de la tierra. También se la asocia con los espejos porque su fuego es el reflejo del sol. Se dice que Pitágoras tenía uno mágico que ante la luz lunar mostraba el porvenir. Hay algo inefable en la Luna que desde siempre ha despertado nuestra imaginación, inspirando a los poetas. Hay en este cuerpo celeste un halo de eterno retorno que acaso la hace resplandecer muy especialmente entre todos los arcanos. Incluso para Robert Graves, la poesía, en definitiva, no es otra cosa que una derivación del lenguaje de los magos para quienes “la hermana del espejismo y del eco” era el símbolo manifiesto de una antiquísima diosa muy reverenciada (y temida) por casi todos los pueblos de la Europa paleolítica.

Pero volviendo a la obra que estamos presentando, diremos que, dentro de esta simbólica del mar que trabaja su poesía, está también, al mismo tiempo, el tema de la admiración (rayana en devoción), y el temor que éste provoca en las almas sensibles. Es éste un mar que a veces aparece como “poderoso, apacible y misterioso”, como “vínculo de pueblos”, pero también, en su faz oscura, como un “anochecer de desencuentros”. Metáfora, a veces, de nuestro incierto destino y personificación, en otros pasajes, de un poder complejo y ambivalente que nos recuerda al colérico Poseidón o al Jehová del Antiguo Testamento, que tanto es capaz de “besar las arenas quietas” o “castigar las rocas con impetuosa fuerza”. Un mar en ocasiones enigmático, que puede ocultar en sus profundidades sirenas cuyos deseos bien podrían resultar funestos, o asaltar a los marineros inexpertos con el veneno de la nostalgia. Tal como le sucediera al héroe Ulises en la Odisea.

Un mar que en algunos versos adquiere cualidades fantásticas, que sabe de la vida, pero también sabe de la muerte. Y hasta puede devenir magnánimo y condescendiente para conmoverse ante el juramento de dos enamorados que sellan su unión escribiendo sus nombres en la playa.

No obstante lo dicho, hay también otros motivos que aparecen en la poesía de esta autora, algunos de los cuales son: los lazos de pertenencia, el arte y la locura, el compromiso social y la transitoriedad. Sobre este último, no podemos dejar de asociar aquella conmovedora escena de la leyenda de Gautama el Buda en la que luego de ver un anciano, un enfermo y un muerto, se le revelan las tres marcas de la impermanencia.

Por último, quisiéramos hacer una mención acerca de los breves relatos que alternan con los poemas, historias mínimas plenas de un profundo humanismo que bastan para dar cuenta de la capacidad de Rosa Ginter también como narradora.

martes, 18 de octubre de 2011

Revista RAM


Número 02 de RAM, de próxima aparición

domingo, 9 de octubre de 2011

Ediciones Nueve Puntas


Las aguas de la memoria y el olvido, de próxima aparición

Rosa Ginter nace en el año 1939 en Necochea. Tiempo antes, su padre, procedente de la ciudad de Saratov, había llegado a la Argentina para establecerse en la Costa Atlántica. Madre de nueve hijos, fotógrafa de profesión, sintió desde muy joven un llamado a recorrer el país que había cobijado a ese padre inmigrante. Realizó innumerables viajes por el interior atraida tanto por la variedad de los bellos paisajes, como así también por la valiosa herencia de las diferentes culturas originarias que iba encontrando en ese devenir por la Argentina profunda, y que fueron despertando en ella un especial y marcado interés por cada una de sus múltiples manifestaciones artísticas. Lo cual se vería luego reflejado en su poesía.

Mujer sensible y apasionada con no pocas inquietudes estéticas que canalizó no sólo en su actividad como fotógrafa, sino también en algunas incursiones en la plástica y en las letras. Respecto de esto último, Las aguas de la memoria y el olvido, su primera publicación, da cuenta sobradamente de un talento y un brillo singular como poeta, pero también como narradora.

martes, 19 de julio de 2011

El libro del porvenir: presentación


Nota escrita por Claudio Cuellar para el programa de radio MARAVILLA STUD

El equipo de MARAVILLA STUD estuvo en la presentación de El libro del porvenir, diario de un soñador, organizada por Julio Recloux (quien nos visitara durante la última programación al estudio de radio) y llevada a cabo en la tradicional librería Clásica y Moderna.

El libro del porvenir fue presentado por Julio Recloux, Claudio Cuellar -el notero más deseado por las chicas argentinas- y por la novia del difunto autor; si bien se esperaba una escasa concurrencia debido al partido de fútbol, no obstante participaron muchas personas vendiéndose una cantidad enorme de ejemplares.

El Libro del porvenir es producto de una serie de anotaciones de La Turca, en donde se ahonda en la remembranza de situaciones ya pasadas, caducas, puesto que se busca a través de la escritura no sólo realizar un viaje interno sino reconstruir momentos y charlas inolvidables, en las que se plasman muchas ideas sobre distintos temas de la realidad, entre ellos, la política, la filosofía, el devenir del tiempo.

Empero, a lo largo del texto se vislumbra su verdadero propósito: esbozar una recherche de aquellos segmentos temporales disfrutados en compañía de su enamorada, de esta manera, el Libro del porvenir se inserta en la tradición literaria del amor que trasciende los umbrales de la muerte, trabajado, sobre todo, en las literaturas renacentistas y barrocas, y también en la poesía decimonónica inglesa (aclaramos que el autor de esta obra ha fallecido encomendándole a su amada la publicación de sus escritos: sí, no es ficción, sino el cumplimiento de un deseo de última voluntad de La Turca).

Asimismo, El libro del porvenir establece una interesante intertextualidad con los múltiples epígrafes (letras de canciones) utilizados al comienzo de cada capítulo estableciéndose, además, un lazo indisoluble entre los contenidos vertidos en ellos.

En síntesis: es una obra para disfrutar y para explorar el inteligente uso de la subjetividad y el plano onírico por parte del autor, en donde busca no sólo ofrecer una radiografía de sí mismo, sino además renovar un género literario (el diario) rompiendo con cuestiones estructurales y experimentando con lo propio. Un libro para recorrerlo con sumo detenimiento y, a la vez, un incentivo para lograr algo muchas veces difícil: un viaje hacia nosotros mismos.


(MARAVILLA STUD va todos los martes de 12 a 13hs por Conexión Abierta, la radio de la UAI).

domingo, 19 de junio de 2011

El libro del porvenir (Ediciones Nueve Puntas. Buenos Aires, Argentina 2011)


Hermann Hesse ha escrito en Demian, acaso una de sus más recordadas novelas, que “la vida de cada hombre es un camino hacia sí mismo, el intento de un camino, el esbozo de un sendero”. Este libro de La Turca cuenta las experiencias de Gustavo. Los lectores sagaces podrán ver en ellas no sólo las huellas de este camino incierto aludido por aquel reconocido escritor alemán, sino también; en algún caso, por qué no, un espejo de su propia odisea.

Construido a la manera de un diario, basado en sus propias anotaciones, se trata en suma, del recorrido de un ser humano de carne y hueso, un devoto del rock y la poesía sabinera que vive, que se pregunta (obteniendo, a veces, un silencio por única respuesta), que piensa, que siente, que goza, que sufre; que acierta y se equivoca, que se desborda, porque como todos los hombres sólo sabe que no sabe. No obstante lo cual, alcanza a darse cuenta, por momentos, de que para poder disfrutar a pleno del juego es imprescindible primero aceptar sus reglas, una de las cuales será, sin dudas, la de que la travesía habrá de llevarse a cabo en el mar de la más absoluta incertidumbre. Hecho fundamental y, por supuesto, por demás inquietante, pero que sin embargo, una vez asumido hace de uno, no ya una víctima de las circunstancias, sino el dueño de las situaciones, lo que nos pondrá en el lugar del que porta la acción, es decir: en el lugar del héroe.

viernes, 27 de mayo de 2011

Mitos, leyendas y cuentos populares


Mitos, leyendas y cuentos populares por Julio Recloux

Acaso uno de los más bellos relatos árabes que conozco es el que explica por qué nacen en esa región los mejores narradores. La leyenda cuenta que cuando Aláh creó el mundo ordenó a uno de sus ángeles que distribuyera de manera equitativa los bienes y los recursos naturales para toda la tierra. Ocurrió, entonces, que cuando el ángel volaba con la bolsa de arena para esparcirla, apareció Satán y la pinchó, con lo cual toda la dorada carga cayó sobre Arabia Así es que, el Misericordioso, para compensarlos de este hecho les concedió, a los hijos de Ismael, el más bello manto de estrellas; y algo más, que los distinguiría por siempre: les dio el don de la elocuencia. En los libros de historia de la literatura del siglo XIX, estos bardos son mencionados en latín como confabulatores nocturni, dando cuenta del origen oral de su tradición y del hecho que acompañaban las caravanas en sus travesías nocturnas a bordo de las naves del desierto. Pero en todo Medio Oriente son conocidos como ashojs y se dice que fueron narradores de este antiquísimo linaje quienes le contaban a Alejandro de Macedonia, en sus noches de insomnio, aquel núcleo de historias que muchos siglos después conoceríamos como Las Mil y Una Noches.

Los mitos y las leyendas son portadores de una gran sabiduría. También, los cuentos populares que enaltecen el acervo folklórico de todas las tradiciones. Relatos fascinantes que han ido pasando de generación en generación llegando, casi sin alteraciones, de manera oral, hasta nuestros días. Sabemos que los primeros narradores de la Europa paleolítica contaban historias referidas a los animales que cazaban y al Gran Espíritu, al que llamaban el Señor de los animales. También los chamanes del México antiguo han hecho un arte de la narración y del crear historias ejemplares, y ni que hablar de los narradores taoístas de la antigua China y sus fantásticas historias sobre los Ocho Inmortales.

Los mitos, las leyendas y los cuentos folklóricos guardan muchos puntos de convergencia. En general suelen ser productos de una comunidad en particular, es decir, que no registran autores individuales identificables. Otro rasgo en común es que presentan innumerables versiones cuyas ramificaciones es imposible rastrear fehacientemente. No obstante, más allá de estas similitudes, presentan también sus diferencias.

En el caso del mito los expertos suelen hablar de narraciones anónimas que apuntan a explicar de manera más o menos poética o fantástica los orígenes del mundo, la sociedad o la cultura. Mientras que el cuento folklórico, en cambio, introduce un conflicto y alude así más a problemas de orden social, dejando a un lado las cuestiones cosmológicas o teogónicas presentes en el discurso mítico. Es decir que, según estos estudios, los relatos folklóricos típicos, encierran además de un mensaje social y secular, una función pedagógica e integradora. Pero quizá la mayor diferencia con el mito es que el cuento popular no requiere de ritual.

Las leyendas, por su parte serían narraciones basadas en un acontecimiento o personaje histórico que por algún motivo se ha vuelto paradigmático para la comunidad en relación a la construcción de su identidad (y por consiguiente en relación a la construcción de su memoria). Estos relatos más allá de su historicidad no están excentos, de portar elementos sobrenaturales o temas que en general encontraremos en algún otro enunciado mítico anterior transmitido por tradición oral.

Pero en definitiva, más allá de las diferencias y semejanzas que tienen estos diferentes tipos de discurso podemos concluir que todos ellos están atravesados por la gramática del lenguaje simbólico. Para el psicoanálisis, estos relatos, tiene un valor análogo al de los sueños. Es decir, que son suceptibles de múltiples lecturas, que pueden revelar aspectos ocultos de la personalidad humana. El mito es una de la formas de la literatura y hay quien afirma que todas las piezas de ficción aspiran a convertirse en mitos, en la medida en que son manifestaciones reveladoras del inconciente.

lunes, 16 de mayo de 2011

Clase abierta en la 37 Feria del Libro




Fotos de la Clase en la Feria del Libro

viernes, 22 de abril de 2011

Nuestro taller en la 37 Feria del Libro



Clase abierta en la Feria del Libro a cargo de Julio Recloux

El jueves 28 de abril a las 19hs, estaremos dando una clase abierta en la Feria. El tema de la misma será: La escritura y el poder transformador de la ficción. Este encuentro se llevará a cabo en
el espacio cultural de la Carpa “Cultura en Movimiento” de la BCN que está ubicado en el Predio Ferial: Frente al Pabellón Ocre / Biblioteca Infantil y delante del Centro de Prensa / Pabellón Frers –
Por otra parte, queremos contarles que nuestra revista RAM estará disponible en el Stand de Revistas Culturales (Pabellón Amarillo, Calle 16, Stand número 2544, que funcionará en el Predio la Rural, desde el 20 de abril al 9 de mayo de 2011). También, en el Bibliomóvil y en el espacio cultural de la Carpa "Cultura en Movimiento" de la BCN, donde a la vez estará el libro que hemos publicado el año pasado: Confabulatores Nocturni.

domingo, 17 de abril de 2011

El secreto de Sherezada


La escritura y el poder transformador de la ficción (Parte I)
Por Julio Recloux

Hay dos grandes motivaciones que normalmente llevan a los alumnos a tomar las clases. Una es la necesidad de hacer catarsis y poner en palabras algún que otro sentimiento más o menos escondido (generalmente acerca de alguna experiencia dolorosa o inquietante). Esto, por supuesto, tiene que ver, por un lado, con la necesidad de construir un relato que de cuenta de lo vivido, y por otro, con la de lograr darle sentido. Y ahí es donde se vuelve necesario apelar al potencial creativo que todos tenemos para construir nuestra subjetividad de un modo más libre y consciente. Suele suceder que a partir de las primeras clases el alumno descubre, como Nietzsche, que “no hay hechos sino interpretaciones”. Este descubrimiento es crucial no sólo en relación a la cuestión del proceso de ficcionalización en si, sino también en relación a aquello de que uno no enferma por lo que le ha ocurrido sino por aquello que interpreta de lo que le ha ocurrido. Hay infinitas maneras posibles de contar una historia. Y en esto estriba, en gran medida, el arte de hacer ficción.

Cuando los narradores del mundo antiguo ofrecían su relato sobre el origen de un río o las hazañas de un héroe, y éste era aceptado por la comunidad, no era por casualidad sino, porque había en esa historia algo del orden de lo numinoso para ese grupo. Los receptores de ese relato se sentían “tocados” muy profundamente por algo que o bien les daba un sentido de pertenencia o bien los inspiraba en una cierta dirección y los ponía en contacto con algo que ahora podían reconocer también dentro de ellos y esto es un fenómeno evidentemente de orden espiritual que va más allá de cualquier otra cosa y que explica en parte por qué ha habido en nuestra historia unos pocos relatos que han logrado una circulación fuera de lo común y una pregnancia que ha perdurado a través de los siglos, mientras que otros se han perdido en el olvido.

Pero hay otra motivación, además de esta a la que acabo de referirme, y es el tema de la vocación literaria. Esto es algo para lo que no hay edad. Es muy curioso pero, a diferencia de lo que suele pasar con otras profesiones, uno no suele llegar en forma directa a la literatura. Es muy común que los escritores sientan ese llamado que implica toda vocación luego de haber abrazado antes alguna otra. Sabemos, por ejemplo, que Macedonio Fernández venía del derecho y que Nabokov se dedicaba al estudio de las mariposas. El caso de Gurdjieff es acaso uno de los más emblemáticos: su vocación por la escritura le sobrevino a una edad muy avanzada; luego de un accidente automovilístico que casi le cuesta la vida. Curiosamente, su padre también había resultado un gran ashoj. En uno de sus libros más conocidos (Encuentro con hombres notables) los lectores que se lo propongan podrán leer un capítulo encantador en el que el fundador del cuarto camino, a quienes los parisinos apodaban Monsieur Bon Bon, le rinde un sentido homenaje.

Quizá el hecho de que para escribir sea necesaria cierta dosis de madurez, explique en parte esta cuestión de la aparición tardía de esta vocación a la que aludíamos más arriba. Pero no siempre es así (Borges sabía desde sus siete años cuando escribió en inglés un texto sobre el Quijote, que su destino sería el de escritor). Y de hecho no son pocos los jóvenes que sienten también este llamado tempranamente y acuden a tomar clases con el objeto no sólo de perfeccionarse sino también de lograr acceder a una guía que les permita descubrir el mundo de los libros desde otro lugar al que se plantea en los ámbitos académicos.

Pero ya sea que uno venga por una necesidad de hacer catarsis o por una cuestión más vocacional o por simple hobby, lo cierto es que escribir es una actividad que tiende un puente hacia nuestra interioridad. Es decir, un escritor es alguien que le cede la voz al alma. Esto implica aprender a escucharnos ya que el primer lector de lo que escribimos somos nosotros mismos. En este sentido uno termina por pensar que un escritor es antes que nada un buscador. El texto no es más que una excusa para llevar a cabo la búsqueda, que sin duda ha de ser tan incierta y tan ardua como la de un alquimista. No hay satisfacción más grande que la que sobreviene cuando uno logra redondear un texto y dice: “Uf, por fin… Esto es lo que yo quería decir”. Por eso no hay que pensar la literatura en términos de un eje de buena o mala porque eso no existe, lo que existe es “eso” que uno quiere decir y el anhelo de expresarlo es tan urgente que solo se satisface cuando uno encuentra las palabras y la manera más eficaz de decir aquello que tenía para decir.

Todo el arte en general trata de esto. Y la literatura es una rama del arte. Al escribir, uno entra en contacto con su propio panteón de dioses y demonios. Es decir, con esa mitología privada a la que uno desciende todas las noches cuando cierra los ojos para que cese el mundo. Todos los personajes fantásticos que nos ha deparado la mitología no son más que la manifestación de contenidos que habitan en nuestra alma y que han tomado una determinada forma o tal o cual nombre según las épocas y las culturas, pero detrás de los cuales subyacen indefectiblemente los diversos arquetipos. La literatura es, en definitiva, una suerte de mitología más personal. Hay una relación muy estrecha entre los personajes mitológicos, los de los relatos de las diversas religiones y los de la literatura. Se dice por ejemplo que Dostoievsky le rezaba a una imagen del Quijote, y que Baudelaire hacia lo propio con un retrato de Poe, al que jamás le faltaban velas encendidas.

La escritura a mi me ha enseñado, entre otras tantas cosas, a establecer una buena relación conmigo mismo. Es común que les digamos a nuestros hijos que deben tener buena relación con los demás pero solemos pasar por alto el detalle de que esto debe empezar por casa. Hay muchos “yoes” en uno mismo y escribir es un ejercicio muy interesante que permite sacarlos a la luz y observarlos con cierta perspectiva (aunque por supuesto esto nunca es algo fácil de lograr). El arte, en ese sentido, y no sólo la escritura, que es de lo que yo me ocupo, sino el arte en general, no es otra cosa que una experiencia espiritual. Y por eso hablaba antes de la búsqueda de los alquimistas. Lamentablemente, en el imaginario colectivo, está muy instalada la idea de que la espiritualidad sólo cabe en las prácticas formales de las diversas instituciones religiosas. Entonces ocurre que si una persona no participa de ninguna de estas prácticas se dice de ella que no tiene espiritualidad alguna. ¿Se imaginan cuanto se escandalizaría una persona estructurada y prejuiciosa si un escritor le dice a boca de jarro que su espiritualidad pasa por su práctica literaria? Pero es la pura verdad y lo saben todos los escritores y todos los que trabajan con el arte porque sencillamente lo experimentan todos los días. Y cuidado que cuando hablo de arte, no lo hago en el sentido de una esfera de actividad exclusiva de ninguna elite, sino por el contrario en el de una experiencia espiritual que debería ser un derecho de todo hombre. Todo ser humano, por el solo hecho de serlo, está capacitado tanto para apreciar como para producir hechos artísticos.

El secreto de Sherezada


La escritura y el poder transformador de la ficción (Parte II)
por Julio Recloux

A propósito de las instituciones religiosas y de esta distinción que cualquier persona más o menos esclarecida debería ser capaz de establecer, respecto de que una cosa es la espiritualidad, y otra muy distinta, las diferentes organizaciones humanas que se proponen administrarla, hay un relato que solía utilizar Krishnamurti que ilustra maravillosamente esta cuestión. La historia es muy antigua y figura en el Panchatantra, un texto hindú conformado por una serie de fábulas cuyo autor desconocemos y que dice lo siguiente:

El diablo al parecer ha decidido junto a algunos de sus secuaces darse una vuelta por la Tierra. En eso, uno de los suyos ve en el suelo un trozo de la verdad y alarmado le pregunta a su maestro:

-¿Qué debemos hacer? ¿No sería inconveniente para nuestros planes dejar esto tirado y correr el riesgo de que alguien lo encuentre?- Al diablo no se le mueve un pelo, así que sonriendo le responde:

-Se ve que no conoces aún a los hombres… Dejaremos justamente esto ahí para que alguien lo encuentre y decida organizarlo y erigir una institución. Nada hay más conveniente que esto para nosotros.

Pero volvamos al tema de la ficción, término que hemos mencionado reiteradas veces, y aclaremos que, a contrapelo de la idea que normalmente se hace la gente, es algo que no tiene absolutamente nada que ver con la mentira. Vale decir, que cuando alguien miente, pone en juego algo que fundamentalmente tiene que ver más con el engaño, ya que la mentira siempre se presenta como verdad. La ficción, en cambio, se presenta tal como es. Uno sabe desde un principio que está leyendo una novela o que está viendo una película. No obstante, hay algo en la ficción que incide en nosotros y produce una serie de efectos en nuestra manera de percibir las cosas. Quién no ha sentido alguna vez, luego de leer un libro de esos que a uno lo atrapan, que ha perdido la noción del tiempo transcurrido. Uno se siente luego de esa suerte de éxtasis que es la lectura, como si hubiera emprendido un extraño viaje. Esto hace a la médula íntima del dispositivo de la ficción que es tremendamente poderoso. Nadie vuelve a ser el mismo luego de leer Crimen y castigo. A esto se refería Aristóteles cuando hablaba del efecto de la obra de arte en el espectador: la catarsis.

El hombre siempre ha necesitado de la ficción. Hay algo en ella que nos facilita una apertura en torno a ampliar el campo de nuestra experiencia y nos conecta con un saber acerca del mundo y de nosotros mismos que no tiene nada que ver con lo racional sino con aquel conocimiento silencioso del que hablaba Carlos Castaneda: un saber que subyace en nuestro inconciente y que la ficción nos permite actualizar. Nuestra vida se vería muy empobrecida si sólo contáramos, para aprehender el misterioso y mágico mundo que nos rodea, con la vía de la razón. No obstante, deberíamos ser capaces de conciliar ambas, pues las dos son necesarias para que podamos hacernos una representación más justa del universo y de quienes somos.

Una de las historias que para mi mejor da cuenta de este poder transformador que tienen los relatos está en las Mil y Una Noches. Me refiero a lo que ocurre con Sherezada y la modesta estratagema de la que esta heroína se valdrá para salvar a su comunidad de la locura de un rey celoso. Su hazaña consistirá simplemente en desplegar su talento para contar historias y dejar que sea el poder de la ficción el que noche a noche vaya desplazando el punto de encaje de Shariar no sólo para que deje de matar más mujeres sino para que sea capaz de descubrir el amor y construir su relación con la shakti desde otro lugar. No conozco al respecto una historia más lograda que esta, que obviamente tiene final feliz, aunque quizá podría contar también la anécdota sobre la muñeca de Kafka pero se me hace que mejor esta la dejamos para otra ocasión.

jueves, 24 de febrero de 2011

El camino del escritor


Los invito a leer este interesante artículo escrito por Gabriella Campbell para Lecturalia sobre el camino del escritor

El oficio de escritor no es, como podría ser el de médico, farmacéutico o abogado, una profesión a la que se llega de manera directa, con unos estudios específicos y unas prácticas reguladas. Estudiar literatura no le convierte a uno en escritor: pocos filólogos, periodistas o teóricos de la literatura son escritores (y menos aun, escritores de éxito o incluso talento), por lo menos no en el sentido clásico del escritor como artista y creador. De hecho, muchos de los grandes de la literatura ni siquiera se habían formado en el campo lingüístico, sino en carreras y vocaciones muy distintas.

Tal vez uno de los más conocidos en este sentido sea Vladimir Nabokov, ya que recientemente se han comenzado a valorar algunas de sus hipótesis sobre la evolución de determinadas especies de mariposa, gracias a que los análisis modernos han permitido la validación de teorías que sus coetáneos rechazaron. Y es que Nabokov era un experto lepidopterólogo, que se gastó el dinero que obtuvo por la publicación de su obra Rey, dama, valet en un viaje a los Pirineos junto a su esposa para capturar mariposas. Para otros escritores, sus experiencias laborales sirvieron como inspiración para su obra literaria: Charles Dickens trabajó un tiempo en una fábrica, pegando etiquetas en botes de betún. Las condiciones deplorables de los trabajadores con los que convivía sirvieron para ilustrar varias de sus novelas, entre ellas Tiempos difíciles y David Copperfield. Ésta última también se vio influida por su trabajo como secretario en un despacho de abogados, un puesto muy distinto al arduo empleo de la fábrica.

Para algunos escritores la fama y el éxito fueron inesperados, ya que la literatura no era, en principio, su mayor ocupación. Dan Brown, celebérrimo autor de El Codigo da Vinci, quiso triunfar en un ámbito muy distinto (aunque tenía formación como escritor): la música. Antes de llegar a la cima con obras como Ángeles y demonios, sacó dos álbumes, uno de los cuales se titulaba, precisamente, Ángeles y demonios; también fue profesor de instituto, al igual que Stephen King. Por otro lado, el autor Zane Grey, que publicó unos noventa libros, vendiendo más de 50 millones de copias en todo el mundo, no consiguió sacar su primera obra hasta que tenía 40 años, gracias al cual pudo, por fin, abandonar una profesión que detestaba: dentista. La escritora de suspense Mary Higgins Clark trabajó como secretaria para una agencia de publicidad, para la que ocasionalmente hacía de modelo (posó para varios folletos junto a cierta actriz en ciernes llamada Grace Kelly). También fue azafata, empleo que le permitió viajar constantemente y conocer a personas de todo el mundo. Otro escritor de vida interesante, William Faulkner, fue durante años cartero para la Universidad de Mississippi.

Más raros son los casos de escritores de profesión que terminan haciéndose célebres por oficios muy diferentes. Sin ir más lejos, Benito Mussolini colaboraba con el periódico socialista italiano Il Popolo d’Italia (periódico del que era fundador), con una novela seriada de corte romántico. Compaginar profesiones siempre es complicado, pero hay oficios más o menos ideales para el escritor en ciernes: tal vez bibliotecario, editor o redactor. O negro literario. Ese, por lo menos, tiene fama de estar bien pagado.

miércoles, 2 de febrero de 2011

A diestra y siniestra

Cuento de Elina Escudero

Se encontró desmembrado. Las extremidades de su cuerpo se habían separado del torso como por un acto de rebeldía. No entendía lo que estaba pasando. Miró la hora: eran las seis. Sus piernas y pies, sus brazos y manos se habían separado, pero su cabeza continuaba pegada al cuello.

Dio un grito de espanto, luego se serenó.

—¡Vuelvan acá! —les ordenó, pero ninguna extremidad le obedecía. Revoloteaban por la habitación en una anarquía total. Las piernas caminaban por las paredes blancas, las manos hacían lo mismo sobre el techo. “Ni siquiera obedecen a la ley de gravedad”, pensó.

Necesitaba a las piernas para trasladarse, al menos una. La llamó:

—¡Pierna, pierna! —pero éstas seguían corriendo alrededor suyo en una actitud burlesca que comenzaba a irritarlo.

Entonces, creyó que si conseguía que al menos una mano con su respectivo brazo volviera y se pegara a su muñón, quizás podría atrapar a un pié y adosárselo por la fuerza –ya había probado que no podría convencer a alguna de sus piernas-.

—¡Brazo, brazo! —exclamó repetidas veces hasta que uno de ellos se paró ante sus ojos y se le acercó con la palma abierta. “¡Gracias a Dios!”, pensó creyendo que lo había persuadido para que se le uniera. El brazo comenzó a ubicarse del lado derecho de su cuerpo mutilado, caminando por el hombro con los dedos mayor e índice, hasta llegar a su rostro. Una vez allí, tomó una distancia corta y con los cinco dedos le dio una bofetada.

—Pero… pero… —dijo sin entender nada.

—¡Ni siquiera notaste que soy tu brazo izquierdo! —dijo el miembro.

—¡No sé! Yo… —balbuceó el amputado.

—¡Calláte! Creo que es obvio lo que está pasando acá. Te olvidaste de que tenés dos brazos porque para todo utilizás el derecho, ¿no? Sos muy injusto, ¿sabés? Los dos somos exactamente iguales, es más, yo soy más largo que él —dijo, señalando a su par.

—¡Hey! Conmigo no te metas —contestó el brazo derecho.

En ese momento, vio como ambos brazos y manos se trenzaban en un combate feroz por la hegemonía de las tareas que él les daría luego y sobre todo por una, la de escribir. Supuso que sería conveniente abandonar la idea anterior y concentrarse nuevamente en sus piernas.

—¡Piernas, piernas! —repitió sin cesar hasta que una de ellas decidió hacerle caso y frenó delante suyo, comenzó a caminar sobre el pecho, continuó pisándole el estómago, el vientre, “se ubicará a mi derecha y me permitirá levantarme de la cama”, murmuró entre dientes. La pierna siguió descendiendo hasta que en un movimiento brusco le pateó con fuerza los genitales al tiempo que le decía con notorio sarcasmo.

—¡Creo que empezaste con el pié izquierdo!

Las risas burlonas rebotaban en el vació de la habitación. Su impotencia era tal que algunas lágrimas rodaban por su rostro. En ese momento, un sonido fuerte provocó que el cuarto quedara en silencio; era el teléfono celular. “Debía entregar un artículo a primera hora”, recordó e inútilmente intentó alcanzar con la boca el borrador escrito, incitando nuevamente la sorna de las extremidades que lo observaban. Reflexionó unos instantes tratando de abstraerse de la situación y llegó a la conclusión de que sería mejor negociar.

—Está bien ustedes ganan, díganme, ¿qué quieren de mí?

Todas gritaban al mismo tiempo, el celular continuaba sonando y le era imposible ordenar ese alboroto.

—¡Basta! —gritó haciendo que se produjera un breve silencio — de a una, por favor.

—Estoy harta —dijo la pierna izquierda comandada por el pié —de que siempre se me trate como a un pájaro de mal agüero. Cada vez que estás de mal humor, los demás te dicen: ¿Qué pasa, te levantaste con el pié izquierdo? Yo me pregunto, ¿Qué tengo que ver con tu mala onda? Para tu información todas las mañanas, incluyendo las malhumoradas, el primer pié que toca el suelo es el derecho. Pero claro, como es “derecho” nadie lo acusa de nada. Pareciera que en este país, ser zurdo es mala palabra,

—¡Estoy con vos! —exclamó el brazo izquierdo dándole su apoyo.

—Esas son puras estupideces ¿Qué tengo que ver yo con todo eso?

—¡No interrumpas! —continuó el brazo —lo que te queremos decir es que desde acá, tu lado zurdo, estamos hartos de la dictadura de la derecha. Nos rebelamos. De ahora en más exigiremos igualdad de condiciones. Una Era, la diestra, ha llegado a su fin y otra, la nuestra, ha comenzado.

—¿De qué hablás? ¿Estás delirando? ¡No entiendo nada!

—Estoy hablando de que, mientras las personas como vos estaban muy ocupadas haciendo todo tipo de cosas con su lado derecho, los lados zurdos compartíamos experiencias por lo bajo sobre la opresión del reinado de los diestros y nos organizábamos. Durante años estuvimos desarrollando teorías y luchando para que finalmente llegara este día. Por supuesto también contamos con el apoyo de humanos enteros, zurdos cansados de ser víctimas de la opresión que también ellos sufren. Pero por suerte el día ha llegado y hoy todo cambiará.

—Pero… es que es imposible, ¡pensalo!, la mayoría de los artefactos que usamos están diseñados para ser utilizados con la mano derecha, muchos de los jugadores patean la pelota al arco con el pié derecho, ¡sabés todos los goles que se errarían! ¿Y escribir? Gran parte de nosotros no podríamos hacerlo con la zurda y yo, vivo de eso, ¡no te olvides que soy periodista!

—Y por eso escribís lo que escribís —dijo por lo bajo la pierna izquierda, mientras las extremidades del lado derecho no entendían una sola palabra de lo que se hablaba. Años de cómodo imperialismo les habían atrofiado la capacidad de reflexionar –aunque no, la de reaccionar-.

—¿Y qué sabés vos de lo que yo escribo? —se ofendió el humano.

—Lo sabemos, te leemos, siempre haciendo todo tipo de comentarios despectivos acerca de la izquierda —aseguró la mano.

—Y sí, otro logro del reinado de los diestros: un diario derechista —acotó el pié.

—Esto es una locura, no lo puedo creer, estoy discutiendo con las partes de mi cuerpo que, encima, piensan distinto que yo, ¿cómo puede ser?

—Ya lo dijo nuestro ilustre filósofo Leftin: “escritor diestro, pensamiento derechista” — dijo la pierna.

—¡Claro que sí, compañero! A este mundo hay que cambiarle la orientación, debe dejar de ser diestro y que predominemos los zurdos —exclamó la mano.

—Ustedes lo que quieren es imponer una dictadura, como todas las izquierdas, y limitar la libertad de los ciudadanos que en su mayoría, somos diestros.

—¡Eso es lo que a vos te contaron! —se opuso enojada la gamba.

—¿En qué estadísticas te basas ? ¿Acaso en las que realiza el diario fascista para el que trabajas? Ja, ja, ja —expresó con sarcasmos el brazo —Mirá, te voy a aclarar una cosa, en el mundo nace más gente zurda que diestra, estoy seguro, pero en el transcurso de su socialización, en la escuela por ejemplo, la obligan a ejercitar su derecha de una forma u otra, sólo porque el ambiente no está preparado para albergarlo y además, porque ser zurdo, tiene una mala connotación.

Reflexionó en silencio asombrado por la elocuencia de su extremidad. El brazo continuó:

—Nosotros proponemos una verdadera democracia donde todos tengamos la posibilidad garantizada de elegir libremente qué queremos ser, diestros o zurdos, y que se eliminen de una vez por todas estos actos discriminatorios, como por ejemplo relacionar al pié izquierdo con la mala suerte, y seamos tratados como iguales.

—¡Lo que está planteando es comunismo! ¡No le hagas caso! —reaccionó el brazo derecho dirigiéndose al hombre.

Él estaba confundido, no lograba discernir quién tenía la razón y el debate entre su lado zurdo y su lado diestro, se encarnizaba cada vez más hasta que un sonido seco sembró el silencio. Era el timbre de la puerta.

—¡Claudio! ¿Estas ahí?

—Es el jefe de redacción, ¡mi artículo!

—No pensarás entregar lo que escribiste con tu mano derecha, ¿no? —amenazó el brazo izquierdo.

—Yo te ayudo —dijo el brazo derecho adhiriéndose al hombre al igual que lo hizo la pierna y se dirigieron con el artículo en mano hacia la puerta.

—Disculpáme Alberto, no te puedo hacer pasar, estoy muy ocupado, perdonáme, acá tenés el artículo, nos vemos en la oficina a la tarde —y cerró la puerta antes de que su jefe notara lo que estaba pasando.

Cuando logró hacerlo, sus extremidades izquierdas lo empujaron con fuerza y cayó al suelo, producto también del abandono de su lado derecho que huyó cobardemente, asustado por la embestida.

Se despertó. Estaba tirado en el suelo. Miró el reloj de la mesa de luz, eran las 6 de la mañana, faltaba una hora para que el jefe de redacción comenzara a reclamar el artículo sobre el golpe de estado en Honduras. Calculó que podría hacerlo, prendió la computadora y abrió un nuevo archivo de texto: Formato, párrafo, alineación izquierda.

Análisis del cuento de Elina Escudero

Comentario del cuento "A diestra y siniestra" de Elina Escudero por Julio Recloux

El jefe de la redacción de un diario le ordena a Claudio (periodista y protagonista del cuento en definitiva) que escriba un artículo sobre el golpe de estado en Honduras. Dentro de este significativo marco se desarrolla “A diestra y siniestra”.

En un principio, podemos pensar que se trata de un cuento fantástico y relacionarlo, incluso, con esa clase de relatos que Todorov agrupa dentro de la red de los temas del yo. Pero basta que nos adentremos un poco en el corazón de su trama para que veamos que, podría ser también una ficción alegórica, al modo de las de Swift o C. S. Lewis.

El cuento está narrado en tercera persona siendo el punto de vista de la voz que enuncia el de Claudio, quien como hemos mencionado, debe escribir el artículo periodístico, aunque no precisamente en la mejor de las circunstancias.

Un gran acierto de este cuento en lo estilístico, en mi opinión, es el aprovechamiento de las metonimias. Este recurso, de hecho, será esencial durante todo el desarrollo del texto y podría estar metaforizando una lucha de poder a dos niveles: por un lado, desde el punto de vista social o ideológico, se puede leer como la discordia entre diferentes sectores de la sociedad; y desde el punto de vista del psicoanálisis, por otro, como el conflicto entre diferentes instancias de la psique. Lo cual nos permite destacar el alto grado de polisemia de este relato, que da cuenta, a un mismo tiempo, de este conflicto tanto en su manifestación macrocósmica como en la microcósmica.

El cuento se plantea, entonces, a partir de una disrupción inicial. Apenas su protagonista se dispone a escribir el artículo, se produce un desmembramiento, a partir del cual, sus extremidades (hecho que quisiéramos remarcar como portador de un alto grado de significación) se rebelan al orden imperante de su cabeza, desarrollándose, de ahí en más, una serie de disputas entre estas diferentes partes de su cuerpo. Parafraseando a Marx, diríamos que el relato es el relato de esta discordia. Uno de los puntos de máxima tensión es cuando el narrador nos dice que Claudio es testigo de cómo sus extremidades superiores se trenzan en un combate feroz por la hegemonía de las tareas que él les dará luego; especialmente de la de escribir el artículo. El punto de vista, como ya se dijo, está en la cabeza, que desde lo axiológico, en lo discursivo, aparece como la que detenta el poder. En relación a este detalle, el hecho de que esta disputa se de dentro de la conciencia de un mismo sujeto, acaso dote al cuento de una intensidad dramática especialmente lograda. Por otro lado, el hecho de que asimismo, en definitiva, todo se trate nomás de un sueño (es decir, de que “todo este en la cabeza” del periodista, hecho que resulta evidente sólo al final) nos hace pensar en un conflicto íntimo del protagonista en torno a las capacidades de reflexión (la cabeza) versus la de la acción concreta (las manos y los pies). Un tópico que encontramos también en Memorias del Subsuelo, de Dostoiesvsky,

Un dato que quisiera subrayar dentro de este análisis de “A diestra y siniestra” es que

más allá de la obvia alusión a lo ideológico en torno a los alineamientos de izquierda y de derecha (en la que incluiría, también, la cuestión de la dialéctica del amo y el esclavo presente en la relación de las extremidades y la cabeza, por un lado, y la de Claudio y su jefe por otro) hay además, en lo subyacente, otras implicancias, que remiten, mas específicamente, a otra cuestión. Me refiero al tema de las antinomias en general, que curiosamente para la mayoría de los filósofos de Occidente, son irreconciliables; mientras que para los de Oriente, en cambio, son complementarias (baste como ejemplo para el lector que citemos la archi conocida doctrina taoísta del Yin y el Yang).

Por otro lado, en relación al título, quizá podamos reflexionar que el saber popular haacuñado esta expresión para referir que algo ha sido hecho sin tino o de manera desordenada y caótica (a tontas y a locas, como quien dice). Lo cual no es un dato menor y marca otro acierto del texto en sus alcances metafóricos. Ya que es una expresión muy apropiada para simbolizar en algún sentido algo que está implícito en el relato: la desintegración que sobreviene cuando no hay armonía en la construcción de las relaciones entre las diferentes partes de un todo.

Creo que, en suma, este interesantísimo cuento de Elina Escudero invitará a algunos a reflexionar en torno al peligro del desmembramiento y la fragmentación al que nos expone la falta de dialogo y cooperación de los unos con los otros, y la incapacidad(tanto de la sociedad, como del individuo) para estimar los alcances y beneficios de la intersubjetividad y la pluralidad de discursos (lo contrario del monologismo implícito que conlleva la lucha por conquistar la supremacía de unos sobre otros). Ya que sólo a través de esta capacidad para armonizar y conciliar opuestos es posible alcanzar un saludable grado de integración que nos permita vivir con mayor armonía y realizarnos plenamente, más allá de las diferencias, tanto en el plano individual como en el colectivo.

Cuentan que una vez, en tiempos muy remotos, mucho antes de los que le daría a Moises para su pueblo, le dio Dios a los hombres un mandamiento de validez universal: “que una mano lave a la otra”, les dijo. Ahora que me dispongo a cerrar mi comentario, viene a mi mente este singular mandamiento, que acaso debamos a una antigua y olvidada leyenda, y concluyo que, efectivamente, una mano no puede lavarse a si misma, pero si en cambio, una mano lava a la otra, entonces ambas estarán limpias.

miércoles, 19 de enero de 2011

Fotos de la muestra de fin de año





Técnica-Expresión-Danza-Epifania

Las cuatro etapas del desarrollo artístico





Mi foto
Julio Recloux, escritor argentino, nació en Buenos Aires en 1965. Cursó estudios de psicología en la Universidad Nacional de Mar Del Plata y de Castellano, Literatura y Latín en el Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González. Ha sido alumno de Silvia Plager quien lo formó como escritor y coordinador de talleres literarios. Fundó el suyo en abril de 1999. Trabajó, más tarde, también, para la Secretaria de Cultura de la Nación, coordinando talleres en Capital Federal y en la provincia de Buenos Aires. Estudió la psicología de Carl Jung y la obra de Joseph Campbell. Como narrador, ha publicado junto a Ana Quiroga y otros colegas en el 2004 el libro Cuentos al oído de Buenos Aires, editado por la Secretaria de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En el 2010, publicó la primera antología de su taller bajo el título: Confabulatores Nocturni. Luego, en 2012 Fantasías elementales y La maquinaria del atrapasueños (Ediciones Nueve Puntas). Actualmente dirige el sello Ediciones Nueve Puntas, escribe en la sección literaria de la revista Uno Mismo y trabaja con sus alumnos en forma privada dictando clases individuales y grupales.