miércoles, 2 de febrero de 2011

A diestra y siniestra

Cuento de Elina Escudero

Se encontró desmembrado. Las extremidades de su cuerpo se habían separado del torso como por un acto de rebeldía. No entendía lo que estaba pasando. Miró la hora: eran las seis. Sus piernas y pies, sus brazos y manos se habían separado, pero su cabeza continuaba pegada al cuello.

Dio un grito de espanto, luego se serenó.

—¡Vuelvan acá! —les ordenó, pero ninguna extremidad le obedecía. Revoloteaban por la habitación en una anarquía total. Las piernas caminaban por las paredes blancas, las manos hacían lo mismo sobre el techo. “Ni siquiera obedecen a la ley de gravedad”, pensó.

Necesitaba a las piernas para trasladarse, al menos una. La llamó:

—¡Pierna, pierna! —pero éstas seguían corriendo alrededor suyo en una actitud burlesca que comenzaba a irritarlo.

Entonces, creyó que si conseguía que al menos una mano con su respectivo brazo volviera y se pegara a su muñón, quizás podría atrapar a un pié y adosárselo por la fuerza –ya había probado que no podría convencer a alguna de sus piernas-.

—¡Brazo, brazo! —exclamó repetidas veces hasta que uno de ellos se paró ante sus ojos y se le acercó con la palma abierta. “¡Gracias a Dios!”, pensó creyendo que lo había persuadido para que se le uniera. El brazo comenzó a ubicarse del lado derecho de su cuerpo mutilado, caminando por el hombro con los dedos mayor e índice, hasta llegar a su rostro. Una vez allí, tomó una distancia corta y con los cinco dedos le dio una bofetada.

—Pero… pero… —dijo sin entender nada.

—¡Ni siquiera notaste que soy tu brazo izquierdo! —dijo el miembro.

—¡No sé! Yo… —balbuceó el amputado.

—¡Calláte! Creo que es obvio lo que está pasando acá. Te olvidaste de que tenés dos brazos porque para todo utilizás el derecho, ¿no? Sos muy injusto, ¿sabés? Los dos somos exactamente iguales, es más, yo soy más largo que él —dijo, señalando a su par.

—¡Hey! Conmigo no te metas —contestó el brazo derecho.

En ese momento, vio como ambos brazos y manos se trenzaban en un combate feroz por la hegemonía de las tareas que él les daría luego y sobre todo por una, la de escribir. Supuso que sería conveniente abandonar la idea anterior y concentrarse nuevamente en sus piernas.

—¡Piernas, piernas! —repitió sin cesar hasta que una de ellas decidió hacerle caso y frenó delante suyo, comenzó a caminar sobre el pecho, continuó pisándole el estómago, el vientre, “se ubicará a mi derecha y me permitirá levantarme de la cama”, murmuró entre dientes. La pierna siguió descendiendo hasta que en un movimiento brusco le pateó con fuerza los genitales al tiempo que le decía con notorio sarcasmo.

—¡Creo que empezaste con el pié izquierdo!

Las risas burlonas rebotaban en el vació de la habitación. Su impotencia era tal que algunas lágrimas rodaban por su rostro. En ese momento, un sonido fuerte provocó que el cuarto quedara en silencio; era el teléfono celular. “Debía entregar un artículo a primera hora”, recordó e inútilmente intentó alcanzar con la boca el borrador escrito, incitando nuevamente la sorna de las extremidades que lo observaban. Reflexionó unos instantes tratando de abstraerse de la situación y llegó a la conclusión de que sería mejor negociar.

—Está bien ustedes ganan, díganme, ¿qué quieren de mí?

Todas gritaban al mismo tiempo, el celular continuaba sonando y le era imposible ordenar ese alboroto.

—¡Basta! —gritó haciendo que se produjera un breve silencio — de a una, por favor.

—Estoy harta —dijo la pierna izquierda comandada por el pié —de que siempre se me trate como a un pájaro de mal agüero. Cada vez que estás de mal humor, los demás te dicen: ¿Qué pasa, te levantaste con el pié izquierdo? Yo me pregunto, ¿Qué tengo que ver con tu mala onda? Para tu información todas las mañanas, incluyendo las malhumoradas, el primer pié que toca el suelo es el derecho. Pero claro, como es “derecho” nadie lo acusa de nada. Pareciera que en este país, ser zurdo es mala palabra,

—¡Estoy con vos! —exclamó el brazo izquierdo dándole su apoyo.

—Esas son puras estupideces ¿Qué tengo que ver yo con todo eso?

—¡No interrumpas! —continuó el brazo —lo que te queremos decir es que desde acá, tu lado zurdo, estamos hartos de la dictadura de la derecha. Nos rebelamos. De ahora en más exigiremos igualdad de condiciones. Una Era, la diestra, ha llegado a su fin y otra, la nuestra, ha comenzado.

—¿De qué hablás? ¿Estás delirando? ¡No entiendo nada!

—Estoy hablando de que, mientras las personas como vos estaban muy ocupadas haciendo todo tipo de cosas con su lado derecho, los lados zurdos compartíamos experiencias por lo bajo sobre la opresión del reinado de los diestros y nos organizábamos. Durante años estuvimos desarrollando teorías y luchando para que finalmente llegara este día. Por supuesto también contamos con el apoyo de humanos enteros, zurdos cansados de ser víctimas de la opresión que también ellos sufren. Pero por suerte el día ha llegado y hoy todo cambiará.

—Pero… es que es imposible, ¡pensalo!, la mayoría de los artefactos que usamos están diseñados para ser utilizados con la mano derecha, muchos de los jugadores patean la pelota al arco con el pié derecho, ¡sabés todos los goles que se errarían! ¿Y escribir? Gran parte de nosotros no podríamos hacerlo con la zurda y yo, vivo de eso, ¡no te olvides que soy periodista!

—Y por eso escribís lo que escribís —dijo por lo bajo la pierna izquierda, mientras las extremidades del lado derecho no entendían una sola palabra de lo que se hablaba. Años de cómodo imperialismo les habían atrofiado la capacidad de reflexionar –aunque no, la de reaccionar-.

—¿Y qué sabés vos de lo que yo escribo? —se ofendió el humano.

—Lo sabemos, te leemos, siempre haciendo todo tipo de comentarios despectivos acerca de la izquierda —aseguró la mano.

—Y sí, otro logro del reinado de los diestros: un diario derechista —acotó el pié.

—Esto es una locura, no lo puedo creer, estoy discutiendo con las partes de mi cuerpo que, encima, piensan distinto que yo, ¿cómo puede ser?

—Ya lo dijo nuestro ilustre filósofo Leftin: “escritor diestro, pensamiento derechista” — dijo la pierna.

—¡Claro que sí, compañero! A este mundo hay que cambiarle la orientación, debe dejar de ser diestro y que predominemos los zurdos —exclamó la mano.

—Ustedes lo que quieren es imponer una dictadura, como todas las izquierdas, y limitar la libertad de los ciudadanos que en su mayoría, somos diestros.

—¡Eso es lo que a vos te contaron! —se opuso enojada la gamba.

—¿En qué estadísticas te basas ? ¿Acaso en las que realiza el diario fascista para el que trabajas? Ja, ja, ja —expresó con sarcasmos el brazo —Mirá, te voy a aclarar una cosa, en el mundo nace más gente zurda que diestra, estoy seguro, pero en el transcurso de su socialización, en la escuela por ejemplo, la obligan a ejercitar su derecha de una forma u otra, sólo porque el ambiente no está preparado para albergarlo y además, porque ser zurdo, tiene una mala connotación.

Reflexionó en silencio asombrado por la elocuencia de su extremidad. El brazo continuó:

—Nosotros proponemos una verdadera democracia donde todos tengamos la posibilidad garantizada de elegir libremente qué queremos ser, diestros o zurdos, y que se eliminen de una vez por todas estos actos discriminatorios, como por ejemplo relacionar al pié izquierdo con la mala suerte, y seamos tratados como iguales.

—¡Lo que está planteando es comunismo! ¡No le hagas caso! —reaccionó el brazo derecho dirigiéndose al hombre.

Él estaba confundido, no lograba discernir quién tenía la razón y el debate entre su lado zurdo y su lado diestro, se encarnizaba cada vez más hasta que un sonido seco sembró el silencio. Era el timbre de la puerta.

—¡Claudio! ¿Estas ahí?

—Es el jefe de redacción, ¡mi artículo!

—No pensarás entregar lo que escribiste con tu mano derecha, ¿no? —amenazó el brazo izquierdo.

—Yo te ayudo —dijo el brazo derecho adhiriéndose al hombre al igual que lo hizo la pierna y se dirigieron con el artículo en mano hacia la puerta.

—Disculpáme Alberto, no te puedo hacer pasar, estoy muy ocupado, perdonáme, acá tenés el artículo, nos vemos en la oficina a la tarde —y cerró la puerta antes de que su jefe notara lo que estaba pasando.

Cuando logró hacerlo, sus extremidades izquierdas lo empujaron con fuerza y cayó al suelo, producto también del abandono de su lado derecho que huyó cobardemente, asustado por la embestida.

Se despertó. Estaba tirado en el suelo. Miró el reloj de la mesa de luz, eran las 6 de la mañana, faltaba una hora para que el jefe de redacción comenzara a reclamar el artículo sobre el golpe de estado en Honduras. Calculó que podría hacerlo, prendió la computadora y abrió un nuevo archivo de texto: Formato, párrafo, alineación izquierda.

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Julio Recloux, escritor argentino, nació en Buenos Aires en 1965. Cursó estudios de psicología en la Universidad Nacional de Mar Del Plata y de Castellano, Literatura y Latín en el Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González. Ha sido alumno de Silvia Plager quien lo formó como escritor y coordinador de talleres literarios. Fundó el suyo en abril de 1999. Trabajó, más tarde, también, para la Secretaria de Cultura de la Nación, coordinando talleres en Capital Federal y en la provincia de Buenos Aires. Estudió la psicología de Carl Jung y la obra de Joseph Campbell. Como narrador, ha publicado junto a Ana Quiroga y otros colegas en el 2004 el libro Cuentos al oído de Buenos Aires, editado por la Secretaria de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En el 2010, publicó la primera antología de su taller bajo el título: Confabulatores Nocturni. Luego, en 2012 Fantasías elementales y La maquinaria del atrapasueños (Ediciones Nueve Puntas). Actualmente dirige el sello Ediciones Nueve Puntas, escribe en la sección literaria de la revista Uno Mismo y trabaja con sus alumnos en forma privada dictando clases individuales y grupales.