El oficio de escritor no es, como podría ser el de médico, farmacéutico o abogado, una profesión a la que se llega de manera directa, con unos estudios específicos y unas prácticas reguladas. Estudiar literatura no le convierte a uno en escritor: pocos filólogos, periodistas o teóricos de la literatura son escritores (y menos aun, escritores de éxito o incluso talento), por lo menos no en el sentido clásico del escritor como artista y creador. De hecho, muchos de los grandes de la literatura ni siquiera se habían formado en el campo lingüístico, sino en carreras y vocaciones muy distintas.
Tal vez uno de los más conocidos en este sentido sea Vladimir Nabokov, ya que recientemente se han comenzado a valorar algunas de sus hipótesis sobre la evolución de determinadas especies de mariposa, gracias a que los análisis modernos han permitido la validación de teorías que sus coetáneos rechazaron. Y es que Nabokov era un experto lepidopterólogo, que se gastó el dinero que obtuvo por la publicación de su obra Rey, dama, valet en un viaje a los Pirineos junto a su esposa para capturar mariposas. Para otros escritores, sus experiencias laborales sirvieron como inspiración para su obra literaria: Charles Dickens trabajó un tiempo en una fábrica, pegando etiquetas en botes de betún. Las condiciones deplorables de los trabajadores con los que convivía sirvieron para ilustrar varias de sus novelas, entre ellas Tiempos difíciles y David Copperfield. Ésta última también se vio influida por su trabajo como secretario en un despacho de abogados, un puesto muy distinto al arduo empleo de la fábrica.
Para algunos escritores la fama y el éxito fueron inesperados, ya que la literatura no era, en principio, su mayor ocupación. Dan Brown, celebérrimo autor de El Codigo da Vinci, quiso triunfar en un ámbito muy distinto (aunque tenía formación como escritor): la música. Antes de llegar a la cima con obras como Ángeles y demonios, sacó dos álbumes, uno de los cuales se titulaba, precisamente, Ángeles y demonios; también fue profesor de instituto, al igual que Stephen King. Por otro lado, el autor Zane Grey, que publicó unos noventa libros, vendiendo más de 50 millones de copias en todo el mundo, no consiguió sacar su primera obra hasta que tenía 40 años, gracias al cual pudo, por fin, abandonar una profesión que detestaba: dentista. La escritora de suspense Mary Higgins Clark trabajó como secretaria para una agencia de publicidad, para la que ocasionalmente hacía de modelo (posó para varios folletos junto a cierta actriz en ciernes llamada Grace Kelly). También fue azafata, empleo que le permitió viajar constantemente y conocer a personas de todo el mundo. Otro escritor de vida interesante, William Faulkner, fue durante años cartero para la Universidad de Mississippi.
Más raros son los casos de escritores de profesión que terminan haciéndose célebres por oficios muy diferentes. Sin ir más lejos, Benito Mussolini colaboraba con el periódico socialista italiano Il Popolo d’Italia (periódico del que era fundador), con una novela seriada de corte romántico. Compaginar profesiones siempre es complicado, pero hay oficios más o menos ideales para el escritor en ciernes: tal vez bibliotecario, editor o redactor. O negro literario. Ese, por lo menos, tiene fama de estar bien pagado.
0 comentarios:
Publicar un comentario