Hermann Hesse ha escrito en Demian, acaso una de sus más recordadas novelas, que “la vida de cada hombre es un camino hacia sí mismo, el intento de un camino, el esbozo de un sendero”. Este libro de La Turca cuenta las experiencias de Gustavo. Los lectores sagaces podrán ver en ellas no sólo las huellas de este camino incierto aludido por aquel reconocido escritor alemán, sino también; en algún caso, por qué no, un espejo de su propia odisea.
Construido a la manera de un diario, basado en sus propias anotaciones, se trata en suma, del recorrido de un ser humano de carne y hueso, un devoto del rock y la poesía sabinera que vive, que se pregunta (obteniendo, a veces, un silencio por única respuesta), que piensa, que siente, que goza, que sufre; que acierta y se equivoca, que se desborda, porque como todos los hombres sólo sabe que no sabe. No obstante lo cual, alcanza a darse cuenta, por momentos, de que para poder disfrutar a pleno del juego es imprescindible primero aceptar sus reglas, una de las cuales será, sin dudas, la de que la travesía habrá de llevarse a cabo en el mar de la más absoluta incertidumbre. Hecho fundamental y, por supuesto, por demás inquietante, pero que sin embargo, una vez asumido hace de uno, no ya una víctima de las circunstancias, sino el dueño de las situaciones, lo que nos pondrá en el lugar del que porta la acción, es decir: en el lugar del héroe.
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