viernes, 26 de diciembre de 2008

Clase en el Museo Larreta



Mundos Posibles

La semana pasada visitamos el museo Enrique Larreta en el barrio de Belgrano. El objetivo era trabajar y experimentar “in situ” las colecciones de mundos posibles que hay en el universo simbólico de nuestra cultura.
Vimos jardines exquisitos, vimos un patio andaluz, vimos senderos hechos de árboles y enramadas; caminamos como lo deben haber hecho sus antiguos pobladores, oyendo el crujir de las hojas sobre la tierra blanda. Vimos los cuartos y los objetos de arte que coleccionaba Larreta, palpamos la presencia de un pasado que aun permanece flotando sobre esa casa de ladrillo y argamasa que mandaron levantar sus arquitectos. Un autentico mundo posible más allá de la realidad concreta y cotidiana.
Hablamos del universo árabe y de las Mil y Una Noches, de odaliscas bajo la luz de la luna, del Rey David, de ombues, de sombras y de la Pampa, de escritores jóvenes que se burlaban socarronamente de Larreta, de la literatura española; y por supuesto de la historia del maravilloso barrio de Belgrano.
De todas las impresiones que nos dejó la casa de la calle Juramento hubo una en particular que quisiera comentar ahora. En uno de los jardines hay una efigie alegórica que remite a una de las estaciones y según vimos en el cartel ilustrativo en Europa suelen tenerlas en los parques para representar el ciclo de las estaciones. Al llegar a mi casa encontré este fragmento en un libro de símbolos que quizá pueda servir:

Estaciones


“Las estaciones han sido diversamente representadas en las artes: la primavera por un cordero; el verano por un dragón escupiendo llamas; el otoño por cuernos de la abundancia desbordantes de frutos; el invierno por una salamandra, etc. La sucesión de las estaciones, como la de las fases de la luna, escande el ritmo de la vida, las etapas de un ciclo de desarrollo: nacimiento, formación, madurez y declive; ciclo que conviene tanto a los seres humanos como a sus sociedades y sus civilizaciones. Ilustra igualmente el mito del eterno retorno. Simboliza la alternancia cíclica del empezar de nuevo”.

relato


Vida y camino

Empecé por la mañana un viaje, cuyo destino adivinaba vagamente, intuido entre las tintas del atlas de rutas, pero ajeno en absoluto a las realidades visuales de dichas lejanías. Sabía que me demandaría el día completo, sino más. Los pueblos se irían perdiendo uno tras otro, al igual que mi lugar de origen, el cual probablemente poco recordaría durante el trayecto.
Alguna imagen marcaría su impronta con mayor intensidad que otras, muchas simplemente desaparecerían y tantas más siquiera serían vistas.
Un viaje de ida, un viaje comparable a la vida misma. Con comienzo y final, incierto, pero final al fin. Lenta y armónica fuga de la ciudad de origen, cual seno familiar que nos envuelve hasta convertirse lentamente en esa pampa desolada, cuyos múltiples centros caen siempre en uno mismo, donde nuestras vidas, desconcertadas, se dejan guiar por pequeños carteles, plantados vaya uno a saber por quienes, que buscan (¿Qué buscan?) orientarnos y llevarnos hacia nuestro destino, atravesando crisis, decisiones, rotondas que nos obligan a elegir un rumbo cuando sólo quisiéramos detenernos a meditar, pero, al igual que en los viajes, el tiempo apremia y en la encrucijada menos pensada tendremos siempre alguien detrás, cruzando su destino con el nuestro y presionándonos para seguir adelante.
Al final: el fin del viaje, la muerte ¿Al final?
¿Será la vida como ese viaje, que al finalizar uno permanece un tiempo en destino y luego inicia una nueva travesía? La muerte es sólo una estadía lejos del hogar, un nuevo comienzo para continuar viajando a lo largo de otras vidas, en busca de otras muertes.
Los viajes son, por ende, todos de ida, como aquél que comenzó alguna mañana y del cual ya he vuelto o el cual, quizás, nunca haya finalizado. ¿Cómo asegurar que estoy nuevamente en el sitio de donde partí? ¡Quién pudiera dos veces pisar un mismo suelo!
Tras un viaje, tras una muerte, las realidades se alteran y quedan recuerdos mezclados, quedan tiempos diferentes.
Todo es entonces un único viaje, un gran viaje de ida, cuya vuelta ocurre (¿Realmente ocurre?) en nuestra memoria y el regreso al hogar es sólo una parada recurrente de la vida (de la muerte), que suele caminar en círculos.

Gabriel Keilis

lunes, 22 de diciembre de 2008


El lenguaje de los símbolos: la mariposa

El ser humano es un animal simbólico, esto es, produce y adopta símbolos que le permiten comunicarse tanto con otros como consigo mismo. En tiempos muy remotos existió el tótem. Este se le revelaba a uno en una visión en el curso del pasaje de la niñez a la adolescencia. Podía ser un animal o una planta pero lo fundamental eran su carácter de protección y guía, a semejanza de un antepasado, y que establecía con uno un lazo de parentesco, con todos los derechos y los deberes que esto implicaba. Su imagen podía grabarse con un tatuaje en el cuerpo o pintarse sobre la ropa o los objetos personales en forma de un retrato o de un colgante y le eran atribuidos poderes mágicos. Curiosamente, en la actualidad, esta práctica no ha desaparecido pero se ha modificado. También hoy nos hacemos tatuajes o compramos un talismán o una remera que porta una imagen de un águila o un jugador de fútbol o una estrella de rock. Lo que tienen en común estas costumbres modernas y las del pasado es que son prácticas que permiten la identificación entre ese objeto simbólico y su poseedor. El objetivo de esta identificación sigue siendo el mismo y podemos distinguir en el un doble sentido: por un lado, apropiarse de las virtudes del ser-objeto que se intenta asimilar y por otro, inmunizarse contra sus posibilidades negativas.
En el caso de la mariposa, por su gracia y ligereza puede ser un emblema de la mujer. Otro aspecto de su simbolismo esta fundado en su metamorfosis: la crisálida es el huevo que contiene la potencialidad del ser; la mariposa que sale es un símbolo de su resurrección. También es si se prefiere la salida de la tumba. No es casual que en la mitología griega a Psique (el alma) se la represente con alas de mariposa. En la simbólica cristiana la mariposa es el alma desembarazada de su envoltura carnal. En ciertos mitos africanos el hombre sigue de la vida a la muerte el ciclo de la mariposa: en su infancia es una pequeña oruga, y una gran oruga en su madurez; se convierte en crisálida en la vejez; su tumba es el capullo de donde sale su alma que vuela como la mariposa. También el psicoanálisis ve en ella, por último, un símbolo de anhelo de renacimiento.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Grupo Terranauta




El pasado sábado 6 de diciembre, a las 18 horas, en Buenos Aires, vio la luz de este mundo el grupo Terranauta.
Nacimiento y bautismo al mismo tiempo, surgió como una necesidad de juntarnos con el objetivo de publicar nuestra primera antologia de cuentos y relatos.
Así, en nuestra primera reunión decidimos, además de inventarnos un nombre de fantasía (nunca mejor dicho) encarar algún emprendimiento que nos permita juntar el dinero necesario para costear la edición.
¡¡¡Habrá mas novedades!!!


CRÓNICAS
SÁBADO 06 DE DICIEMBRE DE 2008





Terranautas viaja y busca rumbos. Por ahora, Terranautas. Así quedamos. El dolor se le hace amigo acá, entre las mesas, los libros y las tazas de un café enamorado de la vida. A través de las ventanillas podemos ver que el mundo continúa. ¿Hasta cuándo? No sabemos, pero continúa. El viaje es silencioso esta tarde. Se hacen chistes y las risas nos hacen cosquillas como huracanes. (Yo soy una mosca en un parabrisas.)

Hemos concebido una idea, tierna y pequeña. Bruno ha llovido esa idea. ¿Quién llueve? Bruno; hoy llovió Bruno: una idea de fiestas, organizar fiestas, nada más, nada menos. A trabajar, manos a la obra, obra a las manos, neuronas a la obra, taller a la obra, Terranautas a la obra, manos a los Terranautas, neuronas de Terranautas. Sí, tenemos neuronas, es así; y piensan. ¿Piensan ellas o pensamos nosotros? ¿Se preguntarán ellas, probrecitas, si es que, si yo dejo de existir, seguirán existiendo ellas sin mí? Como yo me pregunto, si Dios se olvidara algún día de existir y se olvidara que yo existo, ¿yo ya no existiría? ¿Y existirá Dios si yo ya no existo? Como diría Rilke: “¿Qué será de ti, Dios, si yo perezco?”

Todo esto sucedió en aquel recoveco de la calle Callao, casi Paragüay, de aquel lugarcito en que una vez unos monos que no eran monos se ponían de pie y se decían: ¿de dónde venimos?, ¿qué hacemos acá?, y ya estaban hablando y no sabían cómo era que estaban hablando. Y ahora acá, en la Capital Federal, en un lugar igual, estos otros monos que no eran monos se preguntaban lo mismo, ¿de dónde venimos?, ¿qué hacemos acá?, mientras de sus bocas de sus gargantas salían otras palabras, como si alguien hubiera elegido lo que ellos iban a decir y como si las palabras se las arreglasen para nunca alcanzar, para nunca terminar de decir las cosas que tienen que decir las muy necias. Qué cosa las palabras, siempre escapando, o haciéndose rogar.



Martín Godino


CRÓNICAS
VIERNES 16 DE ENERO DE 2009

Llego tarde, pero me esperan. Los Terranautas siempre esperan, porque saben de navegar asfaltos. De circular por las venas subterráneas de la ciudad.
El puerto era el mismo del último anclaje. Clásica y moderna. Los barcos de papel se mecían en el cordón de la vereda, soportando el calor con sus vientres bajo el agua. Mis compañeros habían llegado. El ventanal del puerto me los ofrecía dueños del lugar. Cerca del cristal, mirando de ratos el mar, el río o las nubes.
Unos cuantos saludos, el café de siempre y la silla desbalanceada, con la pata dormida en una imperfección del suelo. Nosotros somos un poco esa silla, pensaba mientras me acomodaba. Que esta firme y se hunde. Que se duerme y se despereza. Que ansía erguirse sobre sus piernas. Bastarse a si misma.
Empezamos el encuentro recolectando los brotes florecidos de algunas ideas plantadas. El turismo cultural, los espectáculos y las fiestas comenzaban a inquietarse pendiendo de las ramas. En cualquier momento podrían caer y alguno debía encargarse de tener dispuesta una cesta para cada fruto, para luego hacer – entre todos - de ellos nuestro alimento. Me ofrecí para atajar las fiestas, Martín se anotó para los espectáculos y Gabriel para el turismo cultural. Así quedamos.
Divididas las tareas, preparadas las cestas, llegó la hora de las letras. De los cuentos tomando forma en las voces de los otros. De los fantasmas dejándose ver los pies. Al pensar en el amor no sé bien que es lo que pienso, leyó Martín, abriendo la ronda y dándole vida a Juan Baunes, el desorientado protagonista de Acerca de Juan y el amor. A Martín le seguí yo, para no ser el primero ni el último de los tres. Espectros de Pluma tiene un buen final, pero aun requiere mucho trabajo. Gabriel cerró la función con La Puntada. Menos de una carilla para el más logrado de los cuentos.
La noche nos había abrazado sin despertarnos. El murmullo de gaviotas merodeando los faroles nos hizo ver los relojes. La pleamar en las avenidas había aumentado el tráfico y el viernes abría los ojos. Abordamos nuestros barcos y desamarramos. Nos alejamos del puerto y sentí que regresaba más liviano. Que la velocidad era mayor. Que no era el viento embolsándose en las velas. Era el entusiasmo, soplando en las espaldas.

Bruno Nuguer

martes, 2 de diciembre de 2008

Arte poética


Carne-Arte

Estuve leyendo un poema de Borges, Arte Poética, de “El Hacedor”, y me detuve particularmente en una de sus estrofas:

“A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.”

Al leerla un círculo se completa y quedan, en mi, sensaciones, que pudieron haberse ya repetido, o no. Asombro. Descubrir que, sin saberlo, uno está compuesto de Carne y Arte. Un arte interior que se revela ante nosotros para explicarnos qué somos, para mostrarnos que la carne es sólo una cubierta exterior, un simple médium, utilizado para llegar a nuestra esencia más simple.
Desde el espejo, un rostro escruta y parece querer carnearte, ocultarte, para revelar lo que hay tras lo oculto, tras la carne: Arte.
Encontrarnos en Él y hallarlo en los demás, es cerrar los ojos a la carne y abrirlos, por fin, a la realidad.

Gabriel Keilis
Técnica-Expresión-Danza-Epifania

Las cuatro etapas del desarrollo artístico





Mi foto
Julio Recloux, escritor argentino, nació en Buenos Aires en 1965. Cursó estudios de psicología en la Universidad Nacional de Mar Del Plata y de Castellano, Literatura y Latín en el Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González. Ha sido alumno de Silvia Plager quien lo formó como escritor y coordinador de talleres literarios. Fundó el suyo en abril de 1999. Trabajó, más tarde, también, para la Secretaria de Cultura de la Nación, coordinando talleres en Capital Federal y en la provincia de Buenos Aires. Estudió la psicología de Carl Jung y la obra de Joseph Campbell. Como narrador, ha publicado junto a Ana Quiroga y otros colegas en el 2004 el libro Cuentos al oído de Buenos Aires, editado por la Secretaria de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En el 2010, publicó la primera antología de su taller bajo el título: Confabulatores Nocturni. Luego, en 2012 Fantasías elementales y La maquinaria del atrapasueños (Ediciones Nueve Puntas). Actualmente dirige el sello Ediciones Nueve Puntas, escribe en la sección literaria de la revista Uno Mismo y trabaja con sus alumnos en forma privada dictando clases individuales y grupales.