viernes, 26 de diciembre de 2008

Clase en el Museo Larreta



Mundos Posibles

La semana pasada visitamos el museo Enrique Larreta en el barrio de Belgrano. El objetivo era trabajar y experimentar “in situ” las colecciones de mundos posibles que hay en el universo simbólico de nuestra cultura.
Vimos jardines exquisitos, vimos un patio andaluz, vimos senderos hechos de árboles y enramadas; caminamos como lo deben haber hecho sus antiguos pobladores, oyendo el crujir de las hojas sobre la tierra blanda. Vimos los cuartos y los objetos de arte que coleccionaba Larreta, palpamos la presencia de un pasado que aun permanece flotando sobre esa casa de ladrillo y argamasa que mandaron levantar sus arquitectos. Un autentico mundo posible más allá de la realidad concreta y cotidiana.
Hablamos del universo árabe y de las Mil y Una Noches, de odaliscas bajo la luz de la luna, del Rey David, de ombues, de sombras y de la Pampa, de escritores jóvenes que se burlaban socarronamente de Larreta, de la literatura española; y por supuesto de la historia del maravilloso barrio de Belgrano.
De todas las impresiones que nos dejó la casa de la calle Juramento hubo una en particular que quisiera comentar ahora. En uno de los jardines hay una efigie alegórica que remite a una de las estaciones y según vimos en el cartel ilustrativo en Europa suelen tenerlas en los parques para representar el ciclo de las estaciones. Al llegar a mi casa encontré este fragmento en un libro de símbolos que quizá pueda servir:

Estaciones


“Las estaciones han sido diversamente representadas en las artes: la primavera por un cordero; el verano por un dragón escupiendo llamas; el otoño por cuernos de la abundancia desbordantes de frutos; el invierno por una salamandra, etc. La sucesión de las estaciones, como la de las fases de la luna, escande el ritmo de la vida, las etapas de un ciclo de desarrollo: nacimiento, formación, madurez y declive; ciclo que conviene tanto a los seres humanos como a sus sociedades y sus civilizaciones. Ilustra igualmente el mito del eterno retorno. Simboliza la alternancia cíclica del empezar de nuevo”.

relato


Vida y camino

Empecé por la mañana un viaje, cuyo destino adivinaba vagamente, intuido entre las tintas del atlas de rutas, pero ajeno en absoluto a las realidades visuales de dichas lejanías. Sabía que me demandaría el día completo, sino más. Los pueblos se irían perdiendo uno tras otro, al igual que mi lugar de origen, el cual probablemente poco recordaría durante el trayecto.
Alguna imagen marcaría su impronta con mayor intensidad que otras, muchas simplemente desaparecerían y tantas más siquiera serían vistas.
Un viaje de ida, un viaje comparable a la vida misma. Con comienzo y final, incierto, pero final al fin. Lenta y armónica fuga de la ciudad de origen, cual seno familiar que nos envuelve hasta convertirse lentamente en esa pampa desolada, cuyos múltiples centros caen siempre en uno mismo, donde nuestras vidas, desconcertadas, se dejan guiar por pequeños carteles, plantados vaya uno a saber por quienes, que buscan (¿Qué buscan?) orientarnos y llevarnos hacia nuestro destino, atravesando crisis, decisiones, rotondas que nos obligan a elegir un rumbo cuando sólo quisiéramos detenernos a meditar, pero, al igual que en los viajes, el tiempo apremia y en la encrucijada menos pensada tendremos siempre alguien detrás, cruzando su destino con el nuestro y presionándonos para seguir adelante.
Al final: el fin del viaje, la muerte ¿Al final?
¿Será la vida como ese viaje, que al finalizar uno permanece un tiempo en destino y luego inicia una nueva travesía? La muerte es sólo una estadía lejos del hogar, un nuevo comienzo para continuar viajando a lo largo de otras vidas, en busca de otras muertes.
Los viajes son, por ende, todos de ida, como aquél que comenzó alguna mañana y del cual ya he vuelto o el cual, quizás, nunca haya finalizado. ¿Cómo asegurar que estoy nuevamente en el sitio de donde partí? ¡Quién pudiera dos veces pisar un mismo suelo!
Tras un viaje, tras una muerte, las realidades se alteran y quedan recuerdos mezclados, quedan tiempos diferentes.
Todo es entonces un único viaje, un gran viaje de ida, cuya vuelta ocurre (¿Realmente ocurre?) en nuestra memoria y el regreso al hogar es sólo una parada recurrente de la vida (de la muerte), que suele caminar en círculos.

Gabriel Keilis

lunes, 22 de diciembre de 2008


El lenguaje de los símbolos: la mariposa

El ser humano es un animal simbólico, esto es, produce y adopta símbolos que le permiten comunicarse tanto con otros como consigo mismo. En tiempos muy remotos existió el tótem. Este se le revelaba a uno en una visión en el curso del pasaje de la niñez a la adolescencia. Podía ser un animal o una planta pero lo fundamental eran su carácter de protección y guía, a semejanza de un antepasado, y que establecía con uno un lazo de parentesco, con todos los derechos y los deberes que esto implicaba. Su imagen podía grabarse con un tatuaje en el cuerpo o pintarse sobre la ropa o los objetos personales en forma de un retrato o de un colgante y le eran atribuidos poderes mágicos. Curiosamente, en la actualidad, esta práctica no ha desaparecido pero se ha modificado. También hoy nos hacemos tatuajes o compramos un talismán o una remera que porta una imagen de un águila o un jugador de fútbol o una estrella de rock. Lo que tienen en común estas costumbres modernas y las del pasado es que son prácticas que permiten la identificación entre ese objeto simbólico y su poseedor. El objetivo de esta identificación sigue siendo el mismo y podemos distinguir en el un doble sentido: por un lado, apropiarse de las virtudes del ser-objeto que se intenta asimilar y por otro, inmunizarse contra sus posibilidades negativas.
En el caso de la mariposa, por su gracia y ligereza puede ser un emblema de la mujer. Otro aspecto de su simbolismo esta fundado en su metamorfosis: la crisálida es el huevo que contiene la potencialidad del ser; la mariposa que sale es un símbolo de su resurrección. También es si se prefiere la salida de la tumba. No es casual que en la mitología griega a Psique (el alma) se la represente con alas de mariposa. En la simbólica cristiana la mariposa es el alma desembarazada de su envoltura carnal. En ciertos mitos africanos el hombre sigue de la vida a la muerte el ciclo de la mariposa: en su infancia es una pequeña oruga, y una gran oruga en su madurez; se convierte en crisálida en la vejez; su tumba es el capullo de donde sale su alma que vuela como la mariposa. También el psicoanálisis ve en ella, por último, un símbolo de anhelo de renacimiento.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Grupo Terranauta




El pasado sábado 6 de diciembre, a las 18 horas, en Buenos Aires, vio la luz de este mundo el grupo Terranauta.
Nacimiento y bautismo al mismo tiempo, surgió como una necesidad de juntarnos con el objetivo de publicar nuestra primera antologia de cuentos y relatos.
Así, en nuestra primera reunión decidimos, además de inventarnos un nombre de fantasía (nunca mejor dicho) encarar algún emprendimiento que nos permita juntar el dinero necesario para costear la edición.
¡¡¡Habrá mas novedades!!!


CRÓNICAS
SÁBADO 06 DE DICIEMBRE DE 2008





Terranautas viaja y busca rumbos. Por ahora, Terranautas. Así quedamos. El dolor se le hace amigo acá, entre las mesas, los libros y las tazas de un café enamorado de la vida. A través de las ventanillas podemos ver que el mundo continúa. ¿Hasta cuándo? No sabemos, pero continúa. El viaje es silencioso esta tarde. Se hacen chistes y las risas nos hacen cosquillas como huracanes. (Yo soy una mosca en un parabrisas.)

Hemos concebido una idea, tierna y pequeña. Bruno ha llovido esa idea. ¿Quién llueve? Bruno; hoy llovió Bruno: una idea de fiestas, organizar fiestas, nada más, nada menos. A trabajar, manos a la obra, obra a las manos, neuronas a la obra, taller a la obra, Terranautas a la obra, manos a los Terranautas, neuronas de Terranautas. Sí, tenemos neuronas, es así; y piensan. ¿Piensan ellas o pensamos nosotros? ¿Se preguntarán ellas, probrecitas, si es que, si yo dejo de existir, seguirán existiendo ellas sin mí? Como yo me pregunto, si Dios se olvidara algún día de existir y se olvidara que yo existo, ¿yo ya no existiría? ¿Y existirá Dios si yo ya no existo? Como diría Rilke: “¿Qué será de ti, Dios, si yo perezco?”

Todo esto sucedió en aquel recoveco de la calle Callao, casi Paragüay, de aquel lugarcito en que una vez unos monos que no eran monos se ponían de pie y se decían: ¿de dónde venimos?, ¿qué hacemos acá?, y ya estaban hablando y no sabían cómo era que estaban hablando. Y ahora acá, en la Capital Federal, en un lugar igual, estos otros monos que no eran monos se preguntaban lo mismo, ¿de dónde venimos?, ¿qué hacemos acá?, mientras de sus bocas de sus gargantas salían otras palabras, como si alguien hubiera elegido lo que ellos iban a decir y como si las palabras se las arreglasen para nunca alcanzar, para nunca terminar de decir las cosas que tienen que decir las muy necias. Qué cosa las palabras, siempre escapando, o haciéndose rogar.



Martín Godino


CRÓNICAS
VIERNES 16 DE ENERO DE 2009

Llego tarde, pero me esperan. Los Terranautas siempre esperan, porque saben de navegar asfaltos. De circular por las venas subterráneas de la ciudad.
El puerto era el mismo del último anclaje. Clásica y moderna. Los barcos de papel se mecían en el cordón de la vereda, soportando el calor con sus vientres bajo el agua. Mis compañeros habían llegado. El ventanal del puerto me los ofrecía dueños del lugar. Cerca del cristal, mirando de ratos el mar, el río o las nubes.
Unos cuantos saludos, el café de siempre y la silla desbalanceada, con la pata dormida en una imperfección del suelo. Nosotros somos un poco esa silla, pensaba mientras me acomodaba. Que esta firme y se hunde. Que se duerme y se despereza. Que ansía erguirse sobre sus piernas. Bastarse a si misma.
Empezamos el encuentro recolectando los brotes florecidos de algunas ideas plantadas. El turismo cultural, los espectáculos y las fiestas comenzaban a inquietarse pendiendo de las ramas. En cualquier momento podrían caer y alguno debía encargarse de tener dispuesta una cesta para cada fruto, para luego hacer – entre todos - de ellos nuestro alimento. Me ofrecí para atajar las fiestas, Martín se anotó para los espectáculos y Gabriel para el turismo cultural. Así quedamos.
Divididas las tareas, preparadas las cestas, llegó la hora de las letras. De los cuentos tomando forma en las voces de los otros. De los fantasmas dejándose ver los pies. Al pensar en el amor no sé bien que es lo que pienso, leyó Martín, abriendo la ronda y dándole vida a Juan Baunes, el desorientado protagonista de Acerca de Juan y el amor. A Martín le seguí yo, para no ser el primero ni el último de los tres. Espectros de Pluma tiene un buen final, pero aun requiere mucho trabajo. Gabriel cerró la función con La Puntada. Menos de una carilla para el más logrado de los cuentos.
La noche nos había abrazado sin despertarnos. El murmullo de gaviotas merodeando los faroles nos hizo ver los relojes. La pleamar en las avenidas había aumentado el tráfico y el viernes abría los ojos. Abordamos nuestros barcos y desamarramos. Nos alejamos del puerto y sentí que regresaba más liviano. Que la velocidad era mayor. Que no era el viento embolsándose en las velas. Era el entusiasmo, soplando en las espaldas.

Bruno Nuguer

martes, 2 de diciembre de 2008

Arte poética


Carne-Arte

Estuve leyendo un poema de Borges, Arte Poética, de “El Hacedor”, y me detuve particularmente en una de sus estrofas:

“A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.”

Al leerla un círculo se completa y quedan, en mi, sensaciones, que pudieron haberse ya repetido, o no. Asombro. Descubrir que, sin saberlo, uno está compuesto de Carne y Arte. Un arte interior que se revela ante nosotros para explicarnos qué somos, para mostrarnos que la carne es sólo una cubierta exterior, un simple médium, utilizado para llegar a nuestra esencia más simple.
Desde el espejo, un rostro escruta y parece querer carnearte, ocultarte, para revelar lo que hay tras lo oculto, tras la carne: Arte.
Encontrarnos en Él y hallarlo en los demás, es cerrar los ojos a la carne y abrirlos, por fin, a la realidad.

Gabriel Keilis

martes, 25 de noviembre de 2008


He descubierto las letras naufragando en un libro de Gabriel García Márquez, que, como una tabla perdida en el océano, dio caza a la desorientación que desganaba mis pasos. En él también narra Gabo un naufragio y al dar vuelta las hojas, logra el olfato embeber su conciencia con el aroma seco de la sal, oyen el canto de las aves los oídos acostumbrados a las sirenas y los disparos; y tiembla de frío e incertidumbre el lector al llegar la noche escrita, que eclipsa el fulgor del sol maullando en las esquinas.

Tal vez la cercanía entre el marino de ocasión - hijo de la pluma colombiana - que sobrevive a la inclemencia de la marea y la distancia y mi concepción simbólico personal del momento que transcurría mi vida, fue lo que me acercó a intentar el misterio. Aquel de la tinta pariendo mujeres, batallas eternas, mundos lejanos y locos memorables. El oscuro arte de forjar ventanas de bolsillo para que los niños carguen en sus viajes, desde las que puedan asomar sus pequeñas cabezas y dar cuenta de que, irremediablemente, han nacido en este mundo, pero no ha quedado atrás la posibilidad de ir a jugar en los jardines de otros.

Hoy navego con aquel interrogante, que “Relato de un náufrago” acercó a la orilla de mis descubrimientos, posado en el horizonte, surcando un mar desconocido sobre un bote a medio construir, tejido con maderas propias y ajenas, buscando al hermano escritor que me incitó a domar el oleaje vasto e imprevisible de la literatura.

Bruno Nuguer



miércoles, 13 de agosto de 2008

Lluvia

Cuando llueve, me gusta acurrucarme junto a la ventana
a escribir lo que sus pequeñas gotas me regalan.

Los pájaros no arriesgan su vuelo.
Todas sus alas están en mi alma que escapa de esta ventana.

Lluvia que intentas un vuelo torpe y caes.
A mi corazón te pareces.

Lluvia, deleite de los chicos de mi barrio.
Los mojas y ellos felices juegan y mi alma con ellos.

Lluvia, que empiezas con un compás
Y aceleras tu milonga.

Lluvia que cantas en los techos, el sol calla tu canto.

Lluvia, cuando te vas,
Los árboles dejan caer las lagrimas de tu llanto.


Julián Sanchez

miércoles, 16 de julio de 2008

Ulises y las Sirenas


Homero narró con maestría las aventuras que Ulises vivió después de Troya. Una de las famosas pruebas fue la de la Isla de las Sirenas. Los navegantes que pasaban por allí eran seducidos con la belleza de un canto venenoso, que los dejaba en un estado maravilloso e irreal, una especie de limbo, impidiéndoles continuar con su viaje. Nuestro héroe, atado al mástil de su barcaza, las venció. O creyó haberlas vencido.

Kafka sostiene que en realidad las sirenas nunca cantaron, que el aqueo cayó en un ardid más ingenioso que el suyo. Ulises salió de la isla fortalecido en su amor propio que es, lo que los cantos lisonjeros producen a los que pasan por allí. Lo que, en definitiva, le impide al hombre llegar a su Destino.

Pese a los años, la vejez y el dolor del viaje, el aventurero arribó a Itaca, habiendo padecido esta ineludible prueba interna que no todos logran sortear. Pero, ¿cómo habrá operado esta transformación interna de la que Homero no da cuenta? ¿Quién habrá sido ese anciano que rescató a Penélope de los malvados pretendientes, que se hacía llamar Ulises, y creía haber salido indemne de las Sirenas?

Pablo Muñoz

viernes, 4 de julio de 2008

"Dios ha muerto" (La Libertad de un Mundo Desconsolado)



Si hay un instante en la Historia de la Humanidad en el que alguien se atreve a asumir terriblemente la libertad, este instante es cuando el profesor Nietzsche grita a todos los vientos “¡Dios ha muerto!” ¿Qué quiere decir “Dios ha muerto”? No, no es que Dios nunca haya existido –ni siquiera es que no existe. Murió. Estaba vivo y murió. ¿Murió del todo? Sí en nuestra alma, en el Alma de la Historia del Hombre. Es probable que siga vivo y coleando por allí afuera, revoloteando por todas partes, pero en el alma del hombre, ya no se siente.

Y resulta que alguien tenía que hacerse cargo de esa muerte y afrontar la pérdida. Porque sino se termina el crecimiento. Si a un hombre se le muere el padre y el hombre sigue pensando que su padre está vivo ahí, de carne y hueso, y el hombre no hace nada por sí mismo y cree que el padre sigue encargándose de él, es evidente que este hombre no quiere crecer ni ser libre. Nietzsche gritó a los hombres: ¡Dios murió! ¡Háganse cargo, viejo! Háganse cargo de esa pérdida porque sino va a costar caro. Les gritó a los hombres: ¡Son libres! ¿No aman la libertad? ¿Qué les pasa? ¿Tienen miedo? ¡Yo también! Ese Dios era un consuelo ante el abismo de verse solo, terriblemente solo. Y él no lo quiso como consuelo. Él lo quería como verdad o nada. Y un consuelo no fue para él una verdad. Y por eso la verdad, para Nietzsche, es algo tragiquísimo y sólo el arte puede salvarnos; el arte de consolarnos.

Hay un hueco enorme en nuestras almas para nosotros que se nos ha muerto Dios. Y ese hueco es nuestra libertad, nuestra herida abierta, nuestra sangre creadora.

“(…) El loco los encaró y, clavándoles la mirada, exclamó: “¿Dónde está Dios? Os lo voy a decir. Le hemos muerto; vosotros y yo, todos nosotros somos sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo pudimos vaciar el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hemos hecho después de desprender a la tierra de la cadena de su sol? ¿Dónde la conducen ahora sus movimientos? ¿Adónde la llevan los nuestros? ¿Es que caemos sin cesar? ¿Vamos hacia delante, hacia atrás, hacia algún lado, erramos en todas direcciones? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿Flotamos en una nada infinita? ¿No persigue el vacío con su aliento? ¿No sentimos frío? (…) ¡Cómo consolarnos, nosotros, asesinos entre los asesinos! Lo más sagrado, lo más poderoso que había hasta ahora en el mundo ha teñido con su sangre nuestro cuchillo. ¿Quién borrará esa mancha? ¿Qué agua servirá para purificarnos? (…)”

FRIEDRICH NIETZSCHE, La Gaya Ciencia, Libro Tercero, Parágrafo CXXV: El loco.

Martin Godino

viernes, 9 de mayo de 2008

Taller de Escritura Creativa

EL MENSAJERO

Creo que fue un viernes de 1995; el tibio sol se rendía ante una llovizna que barnizaba suavemente las calles de Buenos Aires. Salí de mi oficina algo nervioso; veinte llamadas inútiles a Esteban y luego el sermón de mi jefe terminaron por alterar mi paciencia. Solía pasar a tomar algo en un tugurio cerca de la Plaza Miserere. Subí la boca del subte, esquivé a un predicador y corrí hasta el puesto de Tito, el florista. El viejo siempre tenía un saludo chistoso al que yo respondía con un gesto forzado; caminé los últimos tramos hasta la puerta del bar.

Paco no hablaba, con un tosco semblante me traía el jarro de cerveza, después cobraba y volvía a sus revistas de crucigramas. El gris acuoso fue oscureciéndose hasta perderse entre los tímidos faroles. Llovía más. Pensé en Graciela, pobre, siempre pegada a la ventana de la cocina, con la esperanza de que algún día vuelva temprano. Ojeé el diario, sin encontrar mi número en la Nacional y pedí otra cerveza, ante un gesto duro del mozo.

Una figura empapada entró, se sacudió el sobretodo y se sentó en el otro lado del bar. Después de algún tiempo, percibí que se fijaba en mí, lo que me incomodó. Parecía conocerlo de algún lado, como a los vagabundos que uno trata de ignorar. Dejé un billete de diez sobre la mesa y al salir me escabullí entre las gotas que caían furiosas en la noche. Durante toda aquella semana no volví a ver el sol, pero antes de ir a casa paraba en lo de Paco; me percaté entonces de que aquel hombre estaba en la misma mesa todos los días. Traía el mismo tapado oscuro, aunque a veces cambiaba la camisa, generalmente de tonos azulados y siempre estaba leyendo un libro.

Fueron días extraños en aquel barrio, una sensación espesa pululaba por todas las conversaciones de café; dos personas habían muerto a dos cuadras: la anciana y su nieto que habían sido arroyados por un camión se metían sin permiso en los comentarios de los ebrios, que revivían la tragedia una y otra vez, siempre agregando y suprimiendo datos, hasta que su historia cobraba mas vida y color. Ya no les prestaba atención.

En algún momento, cansado de los gritos de Graciela, había decidido no regresar hasta que esté dormida. Traspasé la puerta ruidosa del bar y él no estaba. Respiré hondo y le regalé mi mejor sonrisa a una señora que apuraba su café con una cucharita. Mi cerveza llegó cuando oí una voz áspera a mi lado.

-¿Le molesta si lo acompaño?- Dijo aquel perturbador. De cerca parecía más viejo.

-Sea lo que sea, no gracias-, rechacé. Pero algo en sus ojos produjo cierta curiosidad; dudé, y extendí la mano hacia la silla de enfrente. El me miraba con sus grandes ojos y parecía sonreír.

-Hable ya, buen hombre- ataqué, mientras mi jarro daba un golpe seco sobre la madera. Esperé. El apoyó su libro y lo abrió por la mitad. Era una novela de Chesterton.

-Me encantan las aventuras del Padre Brown- empezó al ver que me interesé en su lectura –sus análisis son certeros y no tan pedantes como los personajes de Conan Doyle.

Me incorporé y esperé. Doblaba las hojas con lentitud. Sin mirarme prosiguió.

-Se dará usted cuenta que hace un tiempo visito este lugar.

Aguardé a que siguiera.

-Muchas veces aparecen cosas por esta ciudad que nos incomodan, que nos hacen descreer de la rutina en la que nos escondemos.

Tomé otro trago y fingí que me interesaba. El viejo hablaba de la vida del barrio de Once. Gesticulaba con mucha serenidad y a veces sonreía, lo que provocaba que sus arrugas se pronunciaran más.

-Lo más interesante es ver a las personas andar como si fuesen dueños de sus propios pasos. Antes que se asuste, no quiero a venderle nada. Suelo recorrer estos barrios y observar. Y en serio, tengo enfrente a la persona adecuada.

Miré el reloj y pensé en Graciela, seguro estaría acusándome con la loca de la vecina, esa metida.

-Su señora está llorando en la ventana de la cocina- punzó repentinamente. Por primera vez le clave la mirada, y a pesar de mis intentos, no pude pararme.

-¿Quién es usted?

Giró la cabeza hacia la ventana, donde el farol de la esquina luchaba para no ser absorbido por la penumbra. Un hombre que estaba en la vereda de enfrente discutía con una joven. Agitaba los brazos mientras echaba miradas al semáforo. Ella soportaba en silencio.

-¿Lo ve?- señaló – Es joven, agraciado, fíjese como trata a su mujer. No se asuste amigo, lo que verá no es agradable.

De repente una ráfaga de estruendos atravesó la calle; un chico que corría con un revólver se escabulló detrás de un basurero y lanzaba refucilos de humo, respondidos con furia desde un arbusto cercano. El pulóver negro le estalló a la altura del hombro y dio su espalda contra el pavimento. Enseguida llegaron los policías, lo zamarrearon y pedían refuerzos. Luego, la mujer silenciosa que gritaba desde la otra esquina, sostenía un torso quebrado, un teléfono en medio de la acera, ojos sin parpados que se deshacían, aferrados a la despedida inútil, mientras la hemorragia bañaba su vientre a estertores. Más tarde, una ambulancia, dos patrulleros y los borrachines de Paco que miraban con ojos saltones detrás de la puerta, con el aliento que ensayaba una huída agonizante contra el frío cristal. Mis manos se aferraron trémulas a mi jarro; el viejo me miraba como complacido. Dejé diez pesos sobre la mesa y ya afuera me perdí presuroso entre los aterrados testigos.

Traté de no pensar, concentrarme en el trabajo, llevarle flores a Graciela, sonreír un poco, que locura, serían esas cosas que uno no entiende y prefiere no descubrirlas jamás, esos misterios que aterran las vidas ajenas, como las historias que me contaba el abuelo en su estancia de Azul. Los roncos gritos de la mujer mancillados con sangre volvían una y otra vez, marejadas de violencia rompían contra la corteza de mi incredulidad. Evité el bar durante un tiempo, pero ya no era lo mismo, como si con la mirada buscara verlo al pasar por la esquina. Mi jefe ya no me hablaba, el caso de Esteban se había atrasado mucho y al salir cada tarde oía gritos, veía a mi esposa, lloraba con esas manchas bermellones que resistieron por días en la vereda. Necesitaba hablar con ese viejo, pero a la vez le temía. Una vez creí verlo en el furgón del tren, entre una maleza de bicicletas y carne sudada, unos ojos sórdidos que laceraban mi estabilidad emocional. No tuve descanso, y esa agitación que me dejaba seco, sin palabras para defenderme de los reproches nocturnos, siempre nocturnos.

Una tarde húmeda me atravesó entre inhalaciones y el informe de la fiscalía que remitía mis faltas en la última presentación. Estuve en el baño durante la tarde, vomitaba, pero no conseguía liberarme. El silbido venía una y otra vez; debió ser por lástima, pero mi jefe no dijo nada y me dejó ir temprano. Salí despacio, camine algunos pasos por la plaza y momentos después saboreaba la cerveza de Paco.

El estaba a tres mesas, sorbía un té, con cada movimiento parecía mirarme, sus manos volvían a su libro y lo acariciaban lentamente. Me veía, seguro me veía. Ya sin sol, ese maldito farol me recordaba la tragedia con su luz burlona. Aspiré con esfuerzo varias veces, terminé el jarro y fui decidido, pateando sillas, sin permiso ni disculpas, y con una mano en el pecho me senté. El seguía leyendo.

-¿Cómo hizo para saberlo?- Increpé. El suspiró; sus ojos seguían hundidos. Esperé una eternidad, con sus dedos amasó varias hojas, no se cuántas.

-Hace mucho que debió haber venido. Me molesta cuando la gente como usted me hace perder el tiempo- sorbió con fuerza. Cerró el libro con cuidado. El farol de la esquina pareció ampliar su estela y una llovizna que no mojaba danzaba errante alrededor de él, en un ritual que veneraba el fulgor de un dios agonizante. El también se detuvo a observar algo y encogió las cejas.

-Durante algún tiempo yo era muy ingenuo, creía que la gente estaba atrapada en su manera de vivir, que dejaban su voluntad en manos de otro. Pero con el correr de las vidas percibí que muchos se niegan a aceptar su responsabilidad, como si cerraran los ojos ante la sirena de un tren que esta a punto de arrollarlos.

Sus dedos hacían figuras extrañas con una servilleta Yo respiraba más relajado, pero ese silbido me atravesaba el pecho. El seguía inmóvil, ahora en silencio.

-No es natural conocer el futuro.

-El futuro – titubeó- es sencillo de leer. Muchos creen que eso es algo sobrenatural, pero no. Usted piensa en la tortura que vive día a día, pero solamente es algo que precede otra circunstancia.

-¿Cómo supo lo de mi mujer?

-Usted me lo dijo, si, no debería sorprenderle.

Volvió a abrir el libro ya sin leerlo y entre suspiros me contó una extraña historia de personas que yo no conocía, quizás parientes suyos, de un amor no correspondido, de fuerzas sobrehumanas que yacen sobre nuestra constelación, de guerreros que velan sobre la ignorancia. Mi cabeza latía feroz pero no podía dejar de escucharlo, como si toda esa incoherencia cobrara algún sentido para mí. Un soplo helado barrió a los diminutos bailarines que se perdían en la bruma, desgarrados ante la desprotección de su dios. El parecía mucho más anciano, como si soles incontables lo hubiesen rodearon de repente, una decrepitud se le hundía más en los surcos del rostro.

-No lo entiendo ¿Quién es usted?

-Desde los principios se me encomendó una misión. Todavía dudo el porqué, ya que nunca lo quise, pero su Voluntad no debiera ser burlada. Con dolor tuve que visitar a Abel, el primero, el más querido; lo había acompañado desde que su concepción y después lo inevitable. Claro que tampoco me quiso escuchar. Fíjese amigo, se me ha mitificado durante siglos, me personificaron de acuerdo a la obtusa mentalidad de cada pueblo. A través de los años, lo confieso, he adoptado la apariencia más diversa: fui agorero de faraones, bufón de cortesanos crueles, carpintero, pirata, analfabeto, pintor, navegué los mares más inhóspitos. He vivido el nacimiento y la decadencia de muchos imperios; aún puedo articular el sánscrito casi a la perfección. Y míreme ahora, parezco uno de estos infelices que se embriagan a diario aquí; no hay derecho.

Enarqué una ceja y resoplé con violencia, el aire volvía a faltarme. El tipo seguía como si nada. Me tomé el pecho y una punzada me desgarró las entrañas.

-No lo entiendo.

-¿Todavía cree que debe entender algo?- susurró, mientras se inclinaba sobre su taza -El joven que cayó en aquella esquina lo intentó, pero era demasiado inteligente para creer. Pensé que usted podría ser mejor que el resto, pero debe ser el barrio, en fin, dentro de poco iré hacia el sur, allá son mas sencillos, y hasta más nobles.

Un dolor se me incrustó repentinamente, manos frías rasgaban mi camisa, el tipo me miraba quizás con pena.

-Muchas personas no ven nada aunque se le presente una revelación indudable- lamentó. Echó una mirada en derredor y contempló las convulsiones que me habían arrojado al suelo.

-No me lleves- le rogué con un alarido entrecortado

-Mi trabajo no es llevar a nadie amigo, solo avisar. Algunos lo logran, pero si, imagino que es difícil encontrar lo que no se ve. Discúlpeme, fui lo más claro que pude.

Todo se volvió acuoso. Reconocí la voz de Paco raída por una lejanía espesa y una luz tenue daba vueltas en mi cabeza. Mis brazos dormidos se desparramaron entre ceniceros, corridas, gritos y un aliento con dejo a vino que fueron vanos ante lo irremediable. Creo haber visto al anciano salir antes del fin, como aburrido ya del eterno desenlace, confinado a oír las mismas súplicas, los lamentos por las oportunidades perdidas, los amores rechazados, la vida derrochada. Decenas de ojos inundaron mi horizonte, impotentes, fermentados por el licor de su ignorancia, incapaces de leer el mensaje que tenían enfrente.

Pablo Muñoz




miércoles, 26 de marzo de 2008

Mitos y lenguaje simbólico - Taller




Objetivos:

Lectura y análisis de mitos griegos que nos permitirán establecer las características discursivas del lenguaje simbólico y su estrecha relación con los procesos oníricos a la luz de los postulados de Freud, Jung y Joseph Campbell.

Programa:

I. El lenguaje olvidado

Naturaleza del lenguaje de los símbolos. Diferencia entre signo y símbolo. ¿Qué es un mito? Sueño y mito: valor simbólico de los mitos. La aventura del héroe: el viaje interior.

II. El panteón griego

Los siete dioses y los siete planetas del mundo antiguo. Naturaleza y hechos de Artemis, Ares, Hermes, Zeus, Afrodita, Crono y Apolo. Análisis de las diferentes imágenes míticas según el lenguaje simbólico.




Mito

El mito se halla relacionado con el discurso metafísico: enuncia por medios poéticos situaciones para las que no tiene respuesta un enfoque científico.

En su forma más primitiva, los mitos solían presentarse como narraciones sobre dioses, héroes o hechos naturales. Para el psicoanálisis, el mito suele tener un valor análogo al que se atribuye a los sueños; en consecuencia, autores como Freud y Jung sostienen que el lenguaje mítico, convenientemente interpretado, revela aspectos ocultos de la personalidad humana y proporciona arquetipos o modelos de experiencia elaborados a lo largo de las múltiples generaciones de nuestra especie. El mito es un elemento muy utilizado en literatura y es posible afirmar que todas las piezas de ficción aspiran a constituirse en mitos, en la medida en que son revelaciones significativas de la naturaleza humana.

Para Joseph Campbell, los mitos y la religión ocultan algunas verdades que mediante el moderno instrumento del psicoanálisis es posible descubrir. Y entiende que ambas disciplinas operan en el orden de una gramática en común: la del lenguaje simbólico.

En todo el mundo habitado, en todos los tiempos y en todas las circunstancias, han florecido los mitos del hombre; han sido la inspiración viva de todo lo que haya podido surgir de las actividades del cuerpo y de la mente humana. No seria exagerado decir que el mito es la entrada secreta por la cual las inagotables energías del cosmos se vierten en las manifestaciones culturales humanas”.

Lectura y reflexión - Clases individuales


Objetivos:

Está destinado a todos aquellos amantes de la lectura que sientan la necesidad de una guía eficaz que les permita profundizar y aprender a analizar un texto. A partir de distintos marcos teóricos (Formalismo ruso, estructuralismo, Bajtín, etc) iremos ensayando diferentes posibilidades de análisis, teniendo como premisa que la lectura es una actividad de producción y el texto no es nunca algo dado, sino una matriz generadora de significado.

Programa

Teorías de la recepción. ¿Qué es leer? El lector como cocreador. Los géneros discursivos: tipos y secuencias textuales. Modelos de análisis: formalismo ruso, círculo de Bajtín y R. Barthes. Literatura y psicoanálisis. Aprender a leer poesía. Gramática del lenguaje simbólico.

(Propuestas de lectura por parte del grupo y análisis de los textos según las categorías aprendidas).


LECTURA

A menudo se han suscitado prolongados debates en torno de la lectura, basados en el interrogante planteado acerca de si el escritor compone su obra con la intención de ser leído o con el mero propósito de liberarse de ciertas preocupaciones íntimas. Desde el punto de vista literario esta formulación del problema es absolutamente ociosa e inútil, pues el texto poético solo se constituye al completarse el circuito formado por escritura y lectura. Aun más, cabe enfatizar que el autor del texto siempre propone una composición que posee cierto margen de apertura que solo se completa o se cierra a través de la intervención de cada lector. Como ha señalado certeramente Jorge Luis Borges, ninguna producción literaria del pasado puede ser abordada por un lector del presente sin que tal lector no proceda a modificar su sentido, a causa de las condiciones y experiencias de la vida contemporánea y también de la familiaridad que ha adquirido con la producción artística más reciente.

Cuando un texto de renombre en el pasado cesa de provocar estímulos renovadores en el lector del presente su validez artística puede considerarse transitoria o definitivamente menguada y su perduración y estudio adquieren solo un interés arqueológico, no estético.

Jaime Rest. (1979) Conceptos de Literatura Moderna.

Buenos Aires. Centro Editor de América Latina

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Escritura Creativa - Clases individuales




Objetivos:

El objetivo es iniciar a los alumnos en la práctica de la escritura. Para lograrlo se les transmitirán conceptos fundamentales derivados de la teoría literaria y una serie de recursos estilísticos. Se leerán y analizarán, además, textos a modo de ejemplo de cada categoría aprendida; se hará un repaso de las diversas corrientes literarias y se propondrán consignas de escritura orientadas a la producción de textos que, eventualmente, se compilaran con vistas a su posible publicación.

Programa:

El texto: tipos de textos y géneros discursivos. El proceso de ficcionalización. Los géneros: diferencia entre relato y cuento. Estructura narrativa y estructura dramática. Articulaciones narrativas. ¿Cómo se construye un personaje? Tipos de diálogos. El cuento clásico y el moderno. ¿Qué es el punto de vista? El arte de la novela: ¿cómo concebir un proyecto novelístico? ¿Autobiografía o auto ficción?




Técnica-Expresión-Danza-Epifania

Las cuatro etapas del desarrollo artístico





Mi foto
Julio Recloux, escritor argentino, nació en Buenos Aires en 1965. Cursó estudios de psicología en la Universidad Nacional de Mar Del Plata y de Castellano, Literatura y Latín en el Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González. Ha sido alumno de Silvia Plager quien lo formó como escritor y coordinador de talleres literarios. Fundó el suyo en abril de 1999. Trabajó, más tarde, también, para la Secretaria de Cultura de la Nación, coordinando talleres en Capital Federal y en la provincia de Buenos Aires. Estudió la psicología de Carl Jung y la obra de Joseph Campbell. Como narrador, ha publicado junto a Ana Quiroga y otros colegas en el 2004 el libro Cuentos al oído de Buenos Aires, editado por la Secretaria de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En el 2010, publicó la primera antología de su taller bajo el título: Confabulatores Nocturni. Luego, en 2012 Fantasías elementales y La maquinaria del atrapasueños (Ediciones Nueve Puntas). Actualmente dirige el sello Ediciones Nueve Puntas, escribe en la sección literaria de la revista Uno Mismo y trabaja con sus alumnos en forma privada dictando clases individuales y grupales.