viernes, 26 de diciembre de 2008

relato


Vida y camino

Empecé por la mañana un viaje, cuyo destino adivinaba vagamente, intuido entre las tintas del atlas de rutas, pero ajeno en absoluto a las realidades visuales de dichas lejanías. Sabía que me demandaría el día completo, sino más. Los pueblos se irían perdiendo uno tras otro, al igual que mi lugar de origen, el cual probablemente poco recordaría durante el trayecto.
Alguna imagen marcaría su impronta con mayor intensidad que otras, muchas simplemente desaparecerían y tantas más siquiera serían vistas.
Un viaje de ida, un viaje comparable a la vida misma. Con comienzo y final, incierto, pero final al fin. Lenta y armónica fuga de la ciudad de origen, cual seno familiar que nos envuelve hasta convertirse lentamente en esa pampa desolada, cuyos múltiples centros caen siempre en uno mismo, donde nuestras vidas, desconcertadas, se dejan guiar por pequeños carteles, plantados vaya uno a saber por quienes, que buscan (¿Qué buscan?) orientarnos y llevarnos hacia nuestro destino, atravesando crisis, decisiones, rotondas que nos obligan a elegir un rumbo cuando sólo quisiéramos detenernos a meditar, pero, al igual que en los viajes, el tiempo apremia y en la encrucijada menos pensada tendremos siempre alguien detrás, cruzando su destino con el nuestro y presionándonos para seguir adelante.
Al final: el fin del viaje, la muerte ¿Al final?
¿Será la vida como ese viaje, que al finalizar uno permanece un tiempo en destino y luego inicia una nueva travesía? La muerte es sólo una estadía lejos del hogar, un nuevo comienzo para continuar viajando a lo largo de otras vidas, en busca de otras muertes.
Los viajes son, por ende, todos de ida, como aquél que comenzó alguna mañana y del cual ya he vuelto o el cual, quizás, nunca haya finalizado. ¿Cómo asegurar que estoy nuevamente en el sitio de donde partí? ¡Quién pudiera dos veces pisar un mismo suelo!
Tras un viaje, tras una muerte, las realidades se alteran y quedan recuerdos mezclados, quedan tiempos diferentes.
Todo es entonces un único viaje, un gran viaje de ida, cuya vuelta ocurre (¿Realmente ocurre?) en nuestra memoria y el regreso al hogar es sólo una parada recurrente de la vida (de la muerte), que suele caminar en círculos.

Gabriel Keilis

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Mi foto
Julio Recloux, escritor argentino, nació en Buenos Aires en 1965. Cursó estudios de psicología en la Universidad Nacional de Mar Del Plata y de Castellano, Literatura y Latín en el Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González. Ha sido alumno de Silvia Plager quien lo formó como escritor y coordinador de talleres literarios. Fundó el suyo en abril de 1999. Trabajó, más tarde, también, para la Secretaria de Cultura de la Nación, coordinando talleres en Capital Federal y en la provincia de Buenos Aires. Estudió la psicología de Carl Jung y la obra de Joseph Campbell. Como narrador, ha publicado junto a Ana Quiroga y otros colegas en el 2004 el libro Cuentos al oído de Buenos Aires, editado por la Secretaria de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En el 2010, publicó la primera antología de su taller bajo el título: Confabulatores Nocturni. Luego, en 2012 Fantasías elementales y La maquinaria del atrapasueños (Ediciones Nueve Puntas). Actualmente dirige el sello Ediciones Nueve Puntas, escribe en la sección literaria de la revista Uno Mismo y trabaja con sus alumnos en forma privada dictando clases individuales y grupales.