martes, 11 de junio de 2013

Relato de Ana Pucci




Discúlpeme, señor hombre de arena

Hoy, con la cabeza gacha y las mejillas sonrojadas, escupo una palabra que, por más simple y corriente que parezca, es de las más difíciles de decir de manera auténtica, real, sincera: Perdón.
Hay quienes nunca se les escapa uno. Parece que los guardan junto a su dinero bajo el colchón o en plazos fijos, pensando que algún día podrán usarlos como moneda de cambio para regatearle a Dios la condena. Hay otros que, al contrario, piden perdón por todo. Como si fuese un tipo de reflejo se la pasan derrochando perdones por ahí y, si bien parecen personas muy generosas, sus disculpas carecen de contenido y no son más que una secuencia de letras pronunciadas de forma bonita y adecuada. Seis letras y una tilde.
Habiendo desempeñado, sin ningún tipo de remordimiento, ambos roles, no tengo intención de juzgar a nadie. Pero siendo que en breve me veré forzado a un encuentro poco deseado con un aspecto de mí mismo que viste de negro y  luce una espesa barba blanca, no tuve más remedio que sentarme a meditar sobre ciertos asuntos que causalmente fueron sucediéndose. Simplemente, los caminos elegidos se fueron cerrando a sí mismos, dejándome sin otra opción que la de esperar.
La escasa luz de sol que logra atravesar las hojas de los altos y viejos árboles, no llega a calentar mi cuerpo que reposa sobre tierra fría y húmeda. La sensación de soledad es inmensa. No puedo distinguir los sonidos, ¿representarán algún peligro? ¿Cómo es que antes no los había escuchado? Quizás estuve muy apurado y hoy, que no tengo más remedio que esperar al hombre de arena, puedo escuchar todas las voces de todos los seres que habitan este laberinto.
El momento se acerca. Lo sé porque puedo sentir su guadaña quitando malezas ¿Será que entonces ayudará a quitarme las propias y, llegada la hora, cara a cara arreglaremos las cuentas pendientes?
Perdón señor de arena.  Perdón por todas las veces que lo maldije, siendo que usted es posibilitador de lo real y genuino. Por todas las veces que lo difamé, siendo que usted es de lo que se dice un tipo que va de frente, sin vueltas ni prejuicios. Por todas las veces que dudé de su existencia siendo que usted siempre me marcó el ritmo y me mostró lo que debía hacer faltando cinco para en punto. Y por todas las veces que quise desafiarlo ¡Qué ingenuo! Siendo que es la ley, nuestra única y verdadera ley.  Perdón señor de arena, se lo ruego, sepa usted entender que nuevamente he caído en la trampa de que todo lo puedo.                                                                                                                          




viernes, 31 de mayo de 2013

Bebiendo solo a la luz de la Luna

Entre las flores, un tazón de vino
bebo solo, ningún amigo está cerca.
Levanto mi copa, invito a la Luna
y a mi sombra, y ahora somos tres.
Mas la Luna nada sabe de bebidas
y mi sombra se limita a imitarme,
pero así y todo, Luna y sombra serán mi compañía.
La primavera es época propicia para el goce.
Canto y la Luna prolonga su presencia,
bailo y mi sombra se enreda.
Mientras me mantengo sobrio, somos alegres juntos,
cuando me embriago, cada uno marcha por su lado
jurando encontrarnos en el Río de Plata de los cielos.

Li Tai Po

martes, 28 de mayo de 2013

Abrimos un nuevo grupo en Palermo

Miércoles 5 de junio 18 45hs: Charla informativa a cargo de Julio Recloux

(...) Pero ya sea que uno venga por una necesidad de hacer catarsis o por una cuestión más vocacional o por simple hobby, lo cierto es que escribir es una actividad que tiende un puente hacia nuestra interioridad. Es decir, un escritor es alguien que le cede la voz al alma. Esto implica aprender a escucharnos, ya que el primer lector de lo que escribimos somos nosotros mismos. En este sentido uno termina por pensar que un escritor es antes que nada un buscador. El texto no es más que una excusa para llevar a cabo la búsqueda, que sin duda ha de ser tan incierta y tan ardua como la de un alquimista.

domingo, 28 de abril de 2013

El hombre astuto y el diablo



Los que refieren la historia cuentan que el hecho ocurrió hace muchos años en un lugar desconocido. Dicen que un hombre caminaba por una calle alejada y de pronto se encontró con el diablo.  El príncipe de las tinieblas lucía completamente abatido, el hombre sintió curiosidad y le propuso ir a tomar un café.
En el bar, el diablo le explicó que su estado lamentable se debía a que se había acabado su negocio. Entonces le contó que él solía comprar almas y quemarlas hasta hacerlas carbón porque antes cuando la gente moría portaba almas muy gordas que podía llevar al infierno y los diablos estaban agradecidos. Pero ahora todos los fuegos del infierno estaban apagados porque cuando la gente moría ya no tenía alma.
Así que el hombre meditó un instante y luego le dijo que quizá podían hacer un trato: “Enséñame cómo hacer almas y te daré una señal para mostrarte qué personas tienen almas hechas por mí”, dijo y pidió más café. Entonces el diablo pensó que era una buena idea y le explicó que debería enseñarles tan solo a recordarse a sí mismos, a no identificarse y a no tener emociones negativas. Le aseguró que si lograban hacer esto durante un tiempo desarrollarían sus almas.
Poco tiempo después, el hombre puso manos a la obra siguiendo fielmente las indicaciones del diablo, organizó grupos y enseñó a la gente el método para crear almas. Algunos de ellos trabajaron seriamente intentando no identificarse, recordarse a sí mismos y eliminar sus emociones negativas. Así es que cuando morían y llegaban a la puerta del paraíso San Pedro estaba allí a un lado con sus llaves mientras que el diablo, con su tridente, estaba al otro lado y cuando San Pedro estaba a punto de abrir la puerta, el diablo decía: “Puedo preguntar sólo una cosa, ¿se acordó de sí mismo?” y la gente decía: “Sí, sin duda”. Y entonces el diablo decía a San Pedro: “Disculpe, pero éste es mío”.
Por mucho tiempo esto funcionó y el diablo volvió a estar alegre hasta que un día alguien pudo comunicar a la tierra lo que estaba sucediendo en la puerta del paraíso. Y sucedió que la gente fue a ver al hombre que había hecho el trato con el diablo y lo increparon: “¿Para qué nos enseñas a recordarnos a nosotros mismos si cuando decimos que hemos hecho esto el diablo nos lleva al infierno?”, a lo que el hombre respondió: “¿Y yo cuándo les dije que tenían que decir lo que les había enseñado?, ¿no les enseñé, además, a ser discretos?”.
La gente confundida reaccionó: “Pero es que son San Pedro y el diablo”. Y el hombre astutamente concluyó: “¿Cuándo vieron a San Pedro y al diablo en los grupos? Yo hice un acuerdo con el diablo, pero también concebí un plan para engañarlo. Pero si ustedes no son discretos…

Técnica-Expresión-Danza-Epifania

Las cuatro etapas del desarrollo artístico





Mi foto
Julio Recloux, escritor argentino, nació en Buenos Aires en 1965. Cursó estudios de psicología en la Universidad Nacional de Mar Del Plata y de Castellano, Literatura y Latín en el Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González. Ha sido alumno de Silvia Plager quien lo formó como escritor y coordinador de talleres literarios. Fundó el suyo en abril de 1999. Trabajó, más tarde, también, para la Secretaria de Cultura de la Nación, coordinando talleres en Capital Federal y en la provincia de Buenos Aires. Estudió la psicología de Carl Jung y la obra de Joseph Campbell. Como narrador, ha publicado junto a Ana Quiroga y otros colegas en el 2004 el libro Cuentos al oído de Buenos Aires, editado por la Secretaria de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En el 2010, publicó la primera antología de su taller bajo el título: Confabulatores Nocturni. Luego, en 2012 Fantasías elementales y La maquinaria del atrapasueños (Ediciones Nueve Puntas). Actualmente dirige el sello Ediciones Nueve Puntas, escribe en la sección literaria de la revista Uno Mismo y trabaja con sus alumnos en forma privada dictando clases individuales y grupales.