martes, 11 de junio de 2013

Relato de Ana Pucci




Discúlpeme, señor hombre de arena

Hoy, con la cabeza gacha y las mejillas sonrojadas, escupo una palabra que, por más simple y corriente que parezca, es de las más difíciles de decir de manera auténtica, real, sincera: Perdón.
Hay quienes nunca se les escapa uno. Parece que los guardan junto a su dinero bajo el colchón o en plazos fijos, pensando que algún día podrán usarlos como moneda de cambio para regatearle a Dios la condena. Hay otros que, al contrario, piden perdón por todo. Como si fuese un tipo de reflejo se la pasan derrochando perdones por ahí y, si bien parecen personas muy generosas, sus disculpas carecen de contenido y no son más que una secuencia de letras pronunciadas de forma bonita y adecuada. Seis letras y una tilde.
Habiendo desempeñado, sin ningún tipo de remordimiento, ambos roles, no tengo intención de juzgar a nadie. Pero siendo que en breve me veré forzado a un encuentro poco deseado con un aspecto de mí mismo que viste de negro y  luce una espesa barba blanca, no tuve más remedio que sentarme a meditar sobre ciertos asuntos que causalmente fueron sucediéndose. Simplemente, los caminos elegidos se fueron cerrando a sí mismos, dejándome sin otra opción que la de esperar.
La escasa luz de sol que logra atravesar las hojas de los altos y viejos árboles, no llega a calentar mi cuerpo que reposa sobre tierra fría y húmeda. La sensación de soledad es inmensa. No puedo distinguir los sonidos, ¿representarán algún peligro? ¿Cómo es que antes no los había escuchado? Quizás estuve muy apurado y hoy, que no tengo más remedio que esperar al hombre de arena, puedo escuchar todas las voces de todos los seres que habitan este laberinto.
El momento se acerca. Lo sé porque puedo sentir su guadaña quitando malezas ¿Será que entonces ayudará a quitarme las propias y, llegada la hora, cara a cara arreglaremos las cuentas pendientes?
Perdón señor de arena.  Perdón por todas las veces que lo maldije, siendo que usted es posibilitador de lo real y genuino. Por todas las veces que lo difamé, siendo que usted es de lo que se dice un tipo que va de frente, sin vueltas ni prejuicios. Por todas las veces que dudé de su existencia siendo que usted siempre me marcó el ritmo y me mostró lo que debía hacer faltando cinco para en punto. Y por todas las veces que quise desafiarlo ¡Qué ingenuo! Siendo que es la ley, nuestra única y verdadera ley.  Perdón señor de arena, se lo ruego, sepa usted entender que nuevamente he caído en la trampa de que todo lo puedo.                                                                                                                          




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Julio Recloux, escritor argentino, nació en Buenos Aires en 1965. Cursó estudios de psicología en la Universidad Nacional de Mar Del Plata y de Castellano, Literatura y Latín en el Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González. Ha sido alumno de Silvia Plager quien lo formó como escritor y coordinador de talleres literarios. Fundó el suyo en abril de 1999. Trabajó, más tarde, también, para la Secretaria de Cultura de la Nación, coordinando talleres en Capital Federal y en la provincia de Buenos Aires. Estudió la psicología de Carl Jung y la obra de Joseph Campbell. Como narrador, ha publicado junto a Ana Quiroga y otros colegas en el 2004 el libro Cuentos al oído de Buenos Aires, editado por la Secretaria de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En el 2010, publicó la primera antología de su taller bajo el título: Confabulatores Nocturni. Luego, en 2012 Fantasías elementales y La maquinaria del atrapasueños (Ediciones Nueve Puntas). Actualmente dirige el sello Ediciones Nueve Puntas, escribe en la sección literaria de la revista Uno Mismo y trabaja con sus alumnos en forma privada dictando clases individuales y grupales.