Cuentan que existió hace siglos en Asia Menor una cofradia de poetas que recopilaban canciones y leyendas que transmitian oralmente de generación en generación. A ellos debemos, por ejemplo, entre otras tantas, las historias de las Mil y Una Noches. Pero se sabe que, incluso, el más antiguo y misterioso de los poemas, el de Gilgamesh, llegó hasta nosotros casi sin alteraciones, gracias al trabajo de está antigua tradición literaria.
En todo el mundo y en todos los centros de cultura, a lo largo del tiempo, han existido escuelas de poetas que han puesto su talento y su inspiración al servicio de altos ideales, con el anhelo de sembrar una influencia positiva en el mundo, capaz de iluminar no sólo a los hombres de su tiempo, sino también a los de las futuras generaciones.
Desde los primeros narradores de la Europa paleolítica, que contaban historias alrededor del fuego, pasando por los aedos en Grecia; y los juglares de la Europa medieval o los chamanes del Mexico antiguo, han existido estas asociaciones y creemos que siempre existirán porque, como nadie ignora, no sólo de pan vive el hombre y así como se necesita el aire para respirar y agua para calmar la sed, necesitamos buenos poetas para que nos cuenten sus historias.
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