Unos años después de la muerte de Kafka, los nazis capturaron y enviaron a un campo de concentración a Milena, la mujer a la que él había amado tanto. De repente la vida parecía haberse convertido en su reverso: no en la muerte, que es una conclusión, sino en un estado enloquecedor y sin sentido de sufrimientos brutales, que no tenía ninguna causa visible y que no servía a ningún propósito. En un intento de sobrevivir a semejante pesadilla, una amiga de Milena concibió un método: recurría a los libros que había leído y que llevaba guardados en su memoria. Entre los textos que se obligó a recordar figuraba un cuento de Máximo Gorki titulado "Ha nacido un hombre", este cuento se convirtió para la amiga de Milena en un paraíso, un rincón pequeño y seguro en el que podía alejarse del horror cotidiano. No le daba sentido a su sufrimiento, no lo explicaba ni lo justificaba: ni siquiera le ofrecía esperanzas para el futuro. Existía simplemente, como un punto de equilibrio, que le recordaba la luz en una hora de oscura catástrofe.
Para un lector esta puede ser la razón esencial, tal vez la única, de la literatura, que la locura del mundo no nos conquiste por completo, incluso aunque invada nuestros sótanos y luego, lentamente, vaya tomando el comedor, la sala y la casa entera. Cuando el mundo se vuelve incomprensible, buscamos un lugar en el que la comprensión (o la fe en la comprensión) haya sido puesta en palabras.
Texto adaptado de Alberto Manguel
de
Nuevo elogio de la locura.
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