Fantasias elementales, antología del taller de escritura de Julio Recloux
Debemos a Carlos Castaneda la conservación aún en nuestros tiempos de una de las más bellas metáforas de los toltecas. Se trata de aquella que habla del Tonal y del Nahual: dos órdenes de mundos absolutamente complementarios que atraviesan no sólo nuestras vidas, sino también la de todo lo que existe en el Universo. Refiere el autor de Las enseñanzas de Don Juan que para los antecesores de mayas y aztecas existían, por un lado, el mundo de los asuntos cotidianos y, por otro, el de lo incognoscible, es decir, el mundo del misterio, el Nahual. Al primero lo representaban como una pequeña isla; al segundo como el inconmensurable mar que la rodeaba. Es decir, que para los hombres de conocimiento de este antiguo linaje, al igual que para los cabalistas, el reino de lo visible hunde sus raíces en el de lo invisible, independientemente de que nosotros seamos o no conscientes de ello.
Por otra parte, Max Weber, más recientemente, ha dicho que desde hace siglos, a partir del Positivismo, la humanidad asiste a un desencantamiento del mundo. Esto nos lleva a pensar que, tal vez, sea este el motivo por el cual, desde el punto de vista de nuestra subjetividad actual, la visión del mundo de la Antigüedad y La Edad Media, pueda parecernos algo fantasiosa o pueril.
Era aquel un mundo encantado, poblado por una miríada de seres imaginarios que reinaban sobre los elementos en fluida convivencia con los humanos y demás criaturas.
Con la llegada del Romanticismo, que para Borges se inicia en aquel instante maravilloso en que alguien, en Normandía o en París, lee Las mil y una noches y decide traducirla para bien de Occidente, surge de pronto un marcado interés por los misterios y el pasado remoto; como así también por todo lo que fuera exótico, lo cual deriva en la proliferación de leyendas pobladas, generalmente, por dragones, hadas, brujas, o genios del bien y del mal.
Es probable que los cuentos fantásticos, tal como afirman algunos historiadores, hayan surgido en Europa, más precisamente en Inglaterra, en el decurso del siglo XIX. No obstante, podemos reconocer algunos de sus rasgos esenciales en obras mucho más remotas como las de Homero, la Biblia o El Mahabarata. Ahora bien, si por alguna razón tratáramos de describir de manera sencilla cuál es la médula íntima que hace a este género, nos encontraremos con enormes dificultades, pues no hay un solo tipo de cuento fantástico. De todas maneras, a fin de dar con ciertas generalidades capaces de orientar al lector, diremos que lo que hay mayoritariamente en este tipo de relatos es cierta vacilación que nos asalta acerca de si en verdad hay en lo que se nos narra un hecho sobrenatural que transgrede las reglas de la lógica convencional, o se trata en cambio, tan sólo de una alteración de la percepción del protagonista o de quien lo relata.
Para algunos analistas la gran aceptación que ha tenido siempre este género desde su surgimiento es producto del cambio de paradigma al que aludimos más arriba.
Acaso un claro ejemplo de esto y del gran escepticismo que caracteriza nuestra actual visión del mundo podemos hallarlo en la siguiente anécdota de nuestra historia literaria:
Cuentan que cuando Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo comenzaron a compilar los cuentos para su Antología de la literatura fantástica, surgieron algunas controversias entre ellos respecto de qué título sería el más apropiado. Los tres sentían cierto desagrado hacia la palabra fantástica, porque la asociaban con señoras exclamando: “¡Fantástico, fantástico!” como sinónimo de “¡Excelente!” o ¡Extraordinario!” Fue entonces cuando a Borges se le ocurrió que, tal vez, podía funcionar Cuentos irreales, título que finalmente desecharon, pues conjeturaban que la gente de esta época siente un profundo rechazo por lo irreal y temieron que eso fuera en desmedro de la lectura del libro.
Para Carl Jung la humanidad, al no tener conciencia del espíritu de la época, ha oscilado vanamente hasta el presente de un extremo al otro del péndulo, entre el pensamiento mágico de la Antigüedad y el pensamiento racional de la Modernidad, sin comprender que en ambos casos se ha estado cometiendo el mismo error salvo que en sentido opuesto. Cortázar, por su parte, hablaba del sentimiento de lo fantástico o del extrañamiento en referencia no sólo a las cuestiones literarias, propias del género, sino a una cierta manera de ver el mundo en la cual, en cualquier momento, algo del orden de lo fantástico o de lo misterioso irrumpe en nuestras vidas para revelarnos lo poco que sabemos en verdad sobre la esencia última de las cosas.
Esta idea del célebre y por cierto muy lúcido autor de Rayuela nos remite una vez más a la metáfora de los antiguos toltecas y nos invita a pensar que, cuando perdemos de vista el inconmensurable mar del Nahual, nos encerramos nosotros mismos sin necesidad en nuestra pequeña islita de todos los días, erradicando automáticamente de nuestra existencia la posibilidad de lo maravilloso. Lo cual ensombrece nuestra vida como la de aquellos oscuros pobladores de la mítica caverna platónica.
Creemos que una de las más sublimes funciones del arte es la de desautomatizar nuestras percepciones y facilitarnos una reconexión que nos permita volver a ver las cosas y a nosotros mismos como por vez primera. Algo de esto hemos tenido en mente al proponernos trabajar en la escritura y la compilación de los cuentos que conforman esta obra. Deseamos que este libro, que hoy ponemos en circulación, pueda depararle al lector sensible algo de la inspiración y la motivación que nos brindó a todos los que hemos participado de su construcción, y servirle a modo de una apertura capaz de hacerle reconsiderar ciertas marcas de nuestra época que le eviten la mezquindad de todo racionalismo: “reducir la maravilla de este mundo mágico y misterioso a un absurdo manipulable”.
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