Si hay un instante en la Historia de la Humanidad en el que alguien se atreve a asumir terriblemente la libertad, este instante es cuando el profesor Nietzsche grita a todos los vientos “¡Dios ha muerto!” ¿Qué quiere decir “Dios ha muerto”? No, no es que Dios nunca haya existido –ni siquiera es que no existe. Murió. Estaba vivo y murió. ¿Murió del todo? Sí en nuestra alma, en el Alma de la Historia del Hombre. Es probable que siga vivo y coleando por allí afuera, revoloteando por todas partes, pero en el alma del hombre, ya no se siente.
Y resulta que alguien tenía que hacerse cargo de esa muerte y afrontar la pérdida. Porque sino se termina el crecimiento. Si a un hombre se le muere el padre y el hombre sigue pensando que su padre está vivo ahí, de carne y hueso, y el hombre no hace nada por sí mismo y cree que el padre sigue encargándose de él, es evidente que este hombre no quiere crecer ni ser libre. Nietzsche gritó a los hombres: ¡Dios murió! ¡Háganse cargo, viejo! Háganse cargo de esa pérdida porque sino va a costar caro. Les gritó a los hombres: ¡Son libres! ¿No aman la libertad? ¿Qué les pasa? ¿Tienen miedo? ¡Yo también! Ese Dios era un consuelo ante el abismo de verse solo, terriblemente solo. Y él no lo quiso como consuelo. Él lo quería como verdad o nada. Y un consuelo no fue para él una verdad. Y por eso la verdad, para Nietzsche, es algo tragiquísimo y sólo el arte puede salvarnos; el arte de consolarnos.
Hay un hueco enorme en nuestras almas para nosotros que se nos ha muerto Dios. Y ese hueco es nuestra libertad, nuestra herida abierta, nuestra sangre creadora.
“(…) El loco los encaró y, clavándoles la mirada, exclamó: “¿Dónde está Dios? Os lo voy a decir. Le hemos muerto; vosotros y yo, todos nosotros somos sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo pudimos vaciar el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hemos hecho después de desprender a la tierra de la cadena de su sol? ¿Dónde la conducen ahora sus movimientos? ¿Adónde la llevan los nuestros? ¿Es que caemos sin cesar? ¿Vamos hacia delante, hacia atrás, hacia algún lado, erramos en todas direcciones? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿Flotamos en una nada infinita? ¿No persigue el vacío con su aliento? ¿No sentimos frío? (…) ¡Cómo consolarnos, nosotros, asesinos entre los asesinos! Lo más sagrado, lo más poderoso que había hasta ahora en el mundo ha teñido con su sangre nuestro cuchillo. ¿Quién borrará esa mancha? ¿Qué agua servirá para purificarnos? (…)”
FRIEDRICH NIETZSCHE, La Gaya Ciencia, Libro Tercero, Parágrafo CXXV: El loco.
Martin Godino